domingo, 1 de agosto de 2010

Educadores como cruzadores de fronteras

“Lo que se requiere, en este caso, es una pedagogía que incite a los educadores a aplicar los instrumentos del diálogo y la autocrítica a su propio trabajo. Dicha pedagogía sugiere que los educadores críticos tomen postura sin por ello quedarse parados. Esto es, tales intelectuales necesitan desafiar, tanto las prácticas educacionales, como las relaciones sociales que promueven ciertas formas de conocimiento material y simbólico, y deben estar también muy atentos a cómo su propia autoridad se puede hacer problemática al servicio de una política cultural radical. Pedagógicamente, esto significa que la autoridad que ellos legitiman en el aula se debe convertir, tanto en objeto de autocrítica, como, según sugiere R. Radhakrishnan, en referente crítico para expresar una “disputa (más) fundamental con la autoridad misma”. Además, los intelectuales críticos deben ir más allá de reconocer la parcialidad de sus propias narrativas para abordar en forma más concreta las consecuencias éticas y políticas de las relaciones sociales y de las prácticas culturales generadas por las formas de autoridad utilizadas en el aula. De este modo, los educadores pueden tomar una postura al tiempo que rechazan, tanto un relativismo cínico, como una política doctrinaria.

La pedagogía por la que se aboga aquí sugiere que los educadores y trabajadores culturales se deben mover dentro de múltiples discursos. Los educadores críticos se tienen que convertir en cruzadores de fronteras, permitiendo que el núcleo de su análisis se desplace, se mueva, gire y se cierre sobre sí mismo y presione contra su propio lenguaje a fin de extender y profundizar sus consecuencias para una pedagogía crítica, al tiempo que bosqueja una imagen reconocible de la complejidad que caracteriza su proyecto subyacente. En parte, ésta es una pedagogía que rechaza todas las versiones esencialistas de la identidad y se decanta a favor de una más fluida, contingente y abierta a lo imprevisto.

Es importante que los educadores desaprendan, dentro de los diferentes grados de poder y opresión, las múltiples formas de dominación de las que ellos podrían ser cómplices; también es de la mayor importancia que se planteen cuestiones sobre una democracia sustantiva, fundamental para el proyecto emancipador que caracteriza sus luchas.”
Vanesa Bouza
Giroux Henry, Escuelas para la vergüenza, en Placeres inquietantes, Paidos, Barcelona, 1996. (páginas 104 - 105)

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