viernes, 26 de diciembre de 2008

Los chicos duermen menos por la TV y la computadora

Clarín 28-03-2004 INVESTIGACION DE LA UNIVERSIDAD DE OXFORD
Llegan a perder un mes de sueño al año. Los expertos aseguran que afecta su salud.

Mariana Iglesias

El abuso y el uso sin control de cierta tecnología por parte de los chicos conspiran contra su salud. Según investigadores británicos de la Universidad de Oxford, el hecho de que los padres dejen a sus hijos tener un televisor, una computadora y un teléfono celular en su propia habitación les hace perder hasta un mes de sueño al año.
Los especialistas llegaron a esta conclusión al hacer una encuesta entre mil padres británicos de niños de edades que van de los 4 a los 10 años. De acuerdo a sus respuestas también llegaron a otra conclusión, aún más abrumadora: que dos de cada diez chicos le dedican al sueño entre dos y cinco horas menos por noche que las que dormían sus padres durante su propia infancia.
Según la psiquiatra Luci Wiggs, de la Universidad de Oxford, el peligro está, en parte, en el "bombardeo mediático no estructurado que reciben los niños antes de dormir. Es la primera generación que se enfrenta a una cantidad tan grande de op ciones antes de ir a dormir. Las consecuencias de todo esto por ahora sólo pueden adivinarse".
Ni los especialistas conocen aún los efectos que pueden sufrir los chicos por esta causa a largo plazo, pero sí saben y advierten que la falta de horas y la mala calidad del sueño complican la salud física y mental, perjudican el rendimiento intelectual, pueden debilitar el sistema inmunológico y el crecimiento. Aseguran que los niños necesitan al menos entre diez y doce horas de sueño.
"La habitación de los niños, antes estaba pensada para leer y dormir, se fue convirtió en un sitio de entretenimiento excitante", dijo Jim Horne, jefe del centro de investigación del sueño de la Universidad de Loughborough.
El estudio muestra, por ejemplo, que los niños envían mensajes de texto con sus teléfonos celulares —a veces hasta debajo de sus sábanas, para no ser descubiertos— en vez de dormir.
El estudio británico se hizo porque allá saben que más de dos tercios de los chicos tienen computadoras, televisores y celulares en sus cuartos. Si bien este porcentaje no está claro en Argentina (se descuenta que es mucho menor) es un tema que afecta a ciertas familias argentinas.
"El problema es que las pantallas provocan una captación hipnótica. El chico se distrae de sí mismo, deja afuera el aquí y ahora, y entra en otro universo. Además, en la noche bajan las presiones. El clima está relajado y es un buen momento para entrar a Internet o mandar mensajes a amigos. A veces los chicos ven programas o se meten en juegos violentos, y la sobreestimulación artificial hace que la vida cotidiana parezca irrisoria, aburrida, y el sueño, una pérdida de tiempo", ", explica el psicólogo Miguel Angel Espeche.
"Los chicos están durmiendo menos, también los adultos atravesamos esa situación. Lo preocupante es que los niños necesitan cubrir una cantidad de horas de sueño, no sólo para reponer la energía que gastan durante el día, sino para permitir su normal evolución neurológica" dice Margarita Blanco, del Club del Sueño
Y agrega: "Los estímulos que la sociedad actual pone al alcance de los niños los sobreexcita y desvía su atención respecto de otras actividades, pero muchos padres no saben cómo resolver ese problema, porque es nuevo y porque también ellos viven los efectos del mismo problema".

Extraído de: http://www.clarin.com/diario/2004/03/28/s-04001.htm

Los chicos duermen menos por la TV y la computadora

Clarín 28-03-2004 INVESTIGACION DE LA UNIVERSIDAD DE OXFORD
Llegan a perder un mes de sueño al año. Los expertos aseguran que afecta su salud.

Mariana Iglesias

El abuso y el uso sin control de cierta tecnología por parte de los chicos conspiran contra su salud. Según investigadores británicos de la Universidad de Oxford, el hecho de que los padres dejen a sus hijos tener un televisor, una computadora y un teléfono celular en su propia habitación les hace perder hasta un mes de sueño al año.
Los especialistas llegaron a esta conclusión al hacer una encuesta entre mil padres británicos de niños de edades que van de los 4 a los 10 años. De acuerdo a sus respuestas también llegaron a otra conclusión, aún más abrumadora: que dos de cada diez chicos le dedican al sueño entre dos y cinco horas menos por noche que las que dormían sus padres durante su propia infancia.
Según la psiquiatra Luci Wiggs, de la Universidad de Oxford, el peligro está, en parte, en el "bombardeo mediático no estructurado que reciben los niños antes de dormir. Es la primera generación que se enfrenta a una cantidad tan grande de op ciones antes de ir a dormir. Las consecuencias de todo esto por ahora sólo pueden adivinarse".
Ni los especialistas conocen aún los efectos que pueden sufrir los chicos por esta causa a largo plazo, pero sí saben y advierten que la falta de horas y la mala calidad del sueño complican la salud física y mental, perjudican el rendimiento intelectual, pueden debilitar el sistema inmunológico y el crecimiento. Aseguran que los niños necesitan al menos entre diez y doce horas de sueño.
"La habitación de los niños, antes estaba pensada para leer y dormir, se fue convirtió en un sitio de entretenimiento excitante", dijo Jim Horne, jefe del centro de investigación del sueño de la Universidad de Loughborough.
El estudio muestra, por ejemplo, que los niños envían mensajes de texto con sus teléfonos celulares —a veces hasta debajo de sus sábanas, para no ser descubiertos— en vez de dormir.
El estudio británico se hizo porque allá saben que más de dos tercios de los chicos tienen computadoras, televisores y celulares en sus cuartos. Si bien este porcentaje no está claro en Argentina (se descuenta que es mucho menor) es un tema que afecta a ciertas familias argentinas.
"El problema es que las pantallas provocan una captación hipnótica. El chico se distrae de sí mismo, deja afuera el aquí y ahora, y entra en otro universo. Además, en la noche bajan las presiones. El clima está relajado y es un buen momento para entrar a Internet o mandar mensajes a amigos. A veces los chicos ven programas o se meten en juegos violentos, y la sobreestimulación artificial hace que la vida cotidiana parezca irrisoria, aburrida, y el sueño, una pérdida de tiempo", ", explica el psicólogo Miguel Angel Espeche.
"Los chicos están durmiendo menos, también los adultos atravesamos esa situación. Lo preocupante es que los niños necesitan cubrir una cantidad de horas de sueño, no sólo para reponer la energía que gastan durante el día, sino para permitir su normal evolución neurológica" dice Margarita Blanco, del Club del Sueño
Y agrega: "Los estímulos que la sociedad actual pone al alcance de los niños los sobreexcita y desvía su atención respecto de otras actividades, pero muchos padres no saben cómo resolver ese problema, porque es nuevo y porque también ellos viven los efectos del mismo problema".

Extraído de: http://www.clarin.com/diario/2004/03/28/s-04001.htm

Campañas de humor


Extraído de: http://otringal.com/425/como-matar-a-spiderman/

Campañas de contraposición

Extraído de: http://esferadecomunicacion.wordpress.com/2008/03/05/no-seas-payaso-si-podes-ser-rey/

La Escuela, garantía de futuro

Clarín 24/05/200
Una educación que forme ciudadanos participativos y solidarios, que utilicen críticamente las nuevas tecnologías, ayudará a la construcción de una sociedad más justa, humana y sin exclusiones.

DANIEL FILMUS. Sociólogo especializado en educación. Director de FLACSO

Pronosticar que en las próximas décadas los medios de comunicación audiovisual, las computadoras y las redes informáticas como Internet reemplazarán a escuelas y maestros, se ha convertido en un lugar común entre "futurólogos" encandilados por las nuevas tecnologías. Las visiones más apocalípticas han comenzado a apostar acerca de la fecha precisa de la extinción de estos "dinosaurios" de la modernidad. El aluvión de publicidad informática ha colocado a la defensiva a quienes nos dedicamos a la educación escolar. ¿Qué haremos cuando las máquinas ocupen nuestro lugar?

Al contrario de lo que plantean estas perspectivas, nunca como ahora la función de la escuela y los maestros ha resultado más imprescindible para la formación integral de los futuros ciudadanos y trabajadores. La irrupción de las nuevas tecnologías plantea el desafío de transformar el papel de la escuela y los maestros, pero de ninguna manera significa su desaparición.

En un artículo reciente, Umberto Eco nos brinda un excelente ejemplo de la vigencia y a la vez de la necesidad de transformar la labor de los educadores. El autor italiano nos advierte que, si para beneficiarnos, alguien nos ofrece regalar un billón de dólares con la condición de que para gastarlos debemos previamente contarlos de a uno, lo más inteligente que podemos hacer es devolverlos. El trabajo de contarlos uno por uno nos llevaría más de 31 años y si pretendemos comer y dormir, cerca de 63 años. La figura es útil para entender qué es lo que ocurre con los niños y jóvenes cuando se enfrentan al billón de informaciones que contienen la memoria de la computadora o las páginas de Internet. Al igual que en el caso de los dólares, la información acumulada de esta manera es inutilizable. Para que alguien pueda usar esta información, la escuela debió enseñarle previamente a seleccionarla, clasificarla, decodificarla y poder realizar una lectura crítica de ella. Más aún: la escuela debe brindarle las competencias para convertirse también en un productor de información, que él mismo pueda luego colocar a disposición de los demás. De esta manera, la función de la escuela se transforma. Su papel principal ya no está, como hasta ahora, en colocar en la memoria del niño fechas, datos, fórmulas. De toda formas no podría competir con la memoria y la información que poseen las PC.

Autopistas y senderos

Pero la utilización de estas nuevas herramientas para el aprendizaje exige haber adquirido saberes y competencias previas. El desafío actual de la escuela es desarrollar en todos los niños y jóvenes estos conocimientos. Sólo la escuela puede democratizar las competencias que se requieren para lograr el dominio de las nuevas tecnologías y evitar que su utilización sea patrimonio de una elite.

Pero la vigencia de la escuela no sólo se proyecta hacia el futuro a partir de los contenidos que ella transmite, sino también a través de su papel socializador, de formación en valores y de lo que en ella se aprende y se vive. Quienes imaginan que la escuela es reemplazable por autopistas informáticas precisamente confunden a la escuela con eso: con una autopista. Como describe Milan Kundera en su libro La inmortalidad, en las autopistas sólo importa cómo se entra y cómo se sale. Son iguales en todas partes del mundo y el objetivo es transitarlas rápido. Nada de lo que ocurre dentro de ellas es importante. Las escuelas, en cambio, se asemejan mucho más a los senderos, a los caminos, en los que no sólo es importante adonde se quiere llegar sino el trayecto mismo. En los senderos, es tan trascendente el destino al que pretende arribar como lo que se conoce, lo que se descubre, lo que se crea al andar. Es necesario destacar que una buena parte de los aprendizajes que ocurren en la escuela no se transmiten en una sola dirección. Se producen por el intercambio diario entre maestros y alumnos. Por ejemplo, por la posibilidad de escuchar y debatir con perspectivas sociales e ideológicas diferentes y contrastarla con las propias. También por la posibilidad de aprender valores y actitudes democráticas en el único clima posible: la diversidad, la tolerancia y el respeto por el otro. Es así como, para quienes conciben escuelas autopista, las instituciones educativas son fácilmente sustituibles por sistemas de educación a distancia. Para quienes conciben que las escuelas son senderos que valen la pena ser transitados y para quienes creen que esas vivencias se transforman en sensaciones, valores y aprendizajes imprescindibles para la vida futura, la experiencia escolar resulta irreemplazable.Pero los actores educativos no somos meros espectadores del futuro de la escuela. El mayor favor que las autoridades, los docentes y los padres podemos hacer a quienes predicen el fin de la escuela es quedar atrapados por el miedo a las nuevas tecnologías y tratar de mantener la educación inmutable frente a las transformaciones que ocurren en la sociedad. Su pérdida de vigencia y utilidad contribuirán a su desaparición o a su vaciamiento y transformación en guarderías. Enfatizar el papel de la escuela en función de la formación de ciudadanos participativos y solidarios y en la construcción de saberes y competencias para utilizar, dominar y tener una mirada crítica respecto de las formas de incorporación de las nuevas tecnologías informáticas, no sólo garantizará la presencia sustantiva de la escuela en el mundo que viene. También será un gran aporte a la construcción de una sociedad más justa, humana y sin exclusiones, donde los beneficios que produzcan los avances científico-tecnológicos se coloquen al servicio de todos sus ciudadanos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Cassette

Año 2132, lugar: aula de cibernética, personaje: un niño de 9 años, se llama Blas.
Por el potencial de su genotipo Blas ha sido escogido para la clase Alfa. O sea que, cuando crezca, pasara a integrar ese medio por ciento de la poblacion mundial que se encarga del progreso. Entre tanto, lo educan con rigor. La educación, en los primeros grados, de limita al presnte: el método de la ciencia y el uso de los aparatos de comunicación. Después, en los grados intermedios, sera una educación para el futuro: que descubra...que invente. La educacion en el conocimiento del pasado todavia no es materia para su clase Alfa.
Está en penitencia. Su tutor lo ha encerrado para que no se distraiga y termine su deber de una vez.
Blas sigue con la vista una nube que pasa. Quiza es la misma nube que otro niño, antes que él naciera, siguio con la vista una mañana como esta. Y al seguirla pensaba en un niño que también la miro en una epoca anterior, y en tanto la miraba creia recordar que otro niño y en otra vida...y la nube ha desaparecido.
Ganas de estudiar Blas no tiene. Abre su cartera y saca, no el dispositivo calculador, sino un juguete. Es un Casette.
Empieza a ver una aventura de cosmonautas. Cambia y se pone a ver un concierto de musica estocástica. Mientras ve y oye, la imaginación se le escapa hacia aquellas gentes primitivas del siglo XX, a las que justamente se refirió el tutor en un momento de distracción: "Pobres!, como se habrán aburrido sin este Casette!..."
Blas, en su vertiginoso siglo XXII, tiene a su alcance miles de entretenimientos...el Casette admite los más remotos sonidos e imágenes: transmite noticias desde satélites que viajan por el sistema solar; remite cuerpos en relieve; permite que él converse, viéndose las caras, con un colono de Marte; remite sus preguntas a una máquina computadora (voces, voces, nada mas que voces, pues en el año 2132 el lenguaje es únicamente oral: las informaciones imortantes se difunden mediante fotografías, diagramas, guiños eléctricos, signos matemáticos)
En vez de terminar el deber, Blas juega con el Casette. Es un paralelepipedo de 20 x 12 x 3 que, no obstante su pequeñez, le ofrece un variadisimo repertorio de diversiones. Sí, pero el se aburre. Esas diversiones ya están programadas. Un gobierno de tecnócratas resuelve qué es lo que debe ver y oir. Blas da vuelta el Casette en las manos. Lo enciende...lo apaga. ¡ Ah, podrán presentarle cosas para que él piense sobre ellas, pero no obligarlo a que piense así o asá!
Ahora, por la derecha de la ventana, reaparece la nube. No es nube: es el mismo que anda por el aire. En todo caso, es alguien como él, exactamente como él. De pronto a Blas se le iluminan los ojos.
- No sería posible - se dice - mejorar este casette, hacerlo más simple, más cómodo, más personal, más íntimo, más libre, sobre todo más libre?
Un casette también portatil, pero que no dependa de ninguna energía microelectrónica; que funcione sin necesidad de oprimir botones; que se encienda apenas se lo toque con la mirada y se apague en cuanto se le quite la vista de encima; que permita seleccionar cualquier tema y seguir su desarrollo hacia adelante, hacia atrás, repitiendo un pasaje agradable o saltándose uno fastidioso...Todo eso sin molestar a nadie, aunque se esté rodeado de muchas personas, pues nadie, sino quien use tal Casette, podría participar de la fiesta. Tan perfecto sería ese Casette que operaría dentro de la mente...proyectaría imágenes y sonidos en una pantalla de nervios. La cabeza se llenaría de seres vivos. Entonces uno percibiría la entonación de cada voz, la expresión de cada rostro, la descripcion de cada paisaje, la intención de cada signo...Porque, claro, también habría que inventar un código de signos. No como esos de la matemática, sino signos que transmitan vocablos: palabras impresas en láminas cosidas a un volumen manual. Se obtendría así una potentosa colaboración entre un artista literario que crea formas simbólicas y otro artista solitario que las recrea.-
¡ Esto sí que será una despampanante novedad ! - exclama - El tutor me va a preguntar: "¿Terminaste tu deber?". " No", le voy a contestar. Y cuando, rabioso por mi desparpajo, se disponga a castigarme otra vez, ¡zaz!, lo dejo con la boca abierta: "¡Señor, mire en cambio el proyectazo que le traigo!"... ( Blas nunca ha oído hablar de su tocayo Blas Pascal, a quien el padre encerró para que no se distrajera con las ciencias y estudiase las lenguas. Blas no sabe, que así como en 1632 aquel otro Blas de nueve años, dibujando con una tiza en la pared, reinvento la Geometría de Euclides, él, en 2132, acaba de reinventar el libro.)
Enrique Anderson Imbert

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Banalización

"La televisión puede hacer que una noche, ante el telediario de las ocho, se reúna más gente que la que compra todos los diarios franceses de la mañana y de la tarde juntos. Si un medio de esas características suministra una información par todos los gustos, sin asperezas, homogeneizada, cabe imaginar los efectos políticos y culturales que de ello pueden resultar. Es una ley que se conoce a la perfección: cuanto más amplio es el público que un medio de comunicación pretende alcanzar, más ha de limar sus asperezas, más ha de evitar todo lo que pueda dividir, excluir, más ha de intentar no escandalizar a nadie, como se suele decir, no plantear jamás problemas o sólo problemas sin trascendencia. En la vida cotidiana, se habla mucho del sol y de la lluvia porque se trata de un problema respecto del cual se tiene la seguridad de que no va a provocar roces; salvo si uno está de vacaciones y elogia el tiempo seco y soleado ante un campesino que necesita urgentemente que llueva, el tiempo es el tema intrascendente por antonomasia. (…)
Por eso se lleva a cabo la labor colectiva (…) tendiente a homogeneizar y banalizar, a conformar y despolitizar, a pesar de que, hablando con propiedad, no va destinada a nadie en concreto y de que nadie ha pensado ni pretendido nunca conseguir semejante objetivo. Se trata de algo que se observa con frecuencia en el mundo social: ocurren cosas sin que nadie lo pretenda, aunque lo parezca. (…) Sin que las personas que financian la televisión hayan tenido prácticamente que intervenir, (tenemos) ese extraño producto que es el ´telediario´, que conviene a todo el mundo, que confirma cosas ya sabidas, y, sobre todo, que deja intactas las estructuras mentales”.
Pierre Bourdieu, Sobre la televisión. Barcelona, Anagrama, 1996.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Relativismo Cultural

“El relativismo cultural es, por ende, hoy, quien presenta primero sus credenciales, cuando se trata de describir sin prejuicios una cultura otra. Pero las recomendaciones éticas y teóricas que puede invocar por servicios prestados a culturas lejanas, no lo dispensan del examen atento de los efectos que produce desde el momento en que se lo aplica, sin procesamiento alguno, a las culturas de los grupos dominados dentro del funcionamiento de un orden social. En este caso, hay dos principios de interpretación que pueden invocar relaciones que asocian las realidades simbólicas a las realidades sociales: 1) no importa en qué condición social funcione una cultura, tiende a organizarse como sistema simbólico; 2) una dominación social tiene siempre efectos simbólicos sobre los grupos dominantes y dominados que asocia. ¿Es necesario, entonces, para comprender una cultura popular en su coherencia simbólica, tratarla como un universo de significación autónomo, olvidando todo lo que está debajo y por fuera de ella, en especial los efectos simbólicos de la dominación que sufren quienes la practican, aun a riesgo de volver a destiempo sobre el asunto? ¿O, por el contrario, es necesario partir de la dominación social que la constituye como cultura dominada para interpretar de entrada respecto de este principio de heteronomía todos sus pasos y sus producciones simbólicas?”.
Vanesa Bouza Sociología

Grignon, Claude y Passeron, Jean-Claude: Lo Culto y lo Popular. Miserabilismo y populismo en sociología y en literatura. Nueva Visión, 1991.

La Propaganda Leninista

La conciencia de clase es para Marx la base de la conciencia política. Pero, y éste es el aporte fundamental de Lenin, la conciencia de clase, librada a sí misma, se confina en "la lucha económica", es decir, se limita a una conciencia "tradeunionista", a una actividad puramente sindical y no llega a convertirse en conciencia política. Antes es necesario despertarla, educarla y llevarla a la lucha en una esfera más amplia que la constituida por las relaciones entre obreros y patronos. Esta tarea recae en una élite de revolucionarios profesionales, vanguardia consciente del proletariado. El partido comunista debe ser, precisamente, el instrumento de esa relación de la élite y la masa, de la vanguardia y la clase. Lenin sustituye la concepción socialdemócrata del partido obrero, tal como se la conoció sobre todo en Alemania e Inglaterra, por la concepción dialéctica de una cohorte de agitadores que sensibilizan y conducen la masa. En esta perspectiva, la propaganda, entendida en un sentido muy amplio —que va de la agitación a la educación política— se convierte en correa de trasmisión, el vínculo esencial de expresión, rígido y muy elástico al mismo tiempo, que conecta continuamente la masa con el partido y la lleva, poco a poco, a reunirse con la vanguardia en la comprensión y en la acción.
La propaganda de tipo bolchevique puede reducirse a dos expresiones esenciales: la revelación política (o denuncia) y la voz de orden.
Fiel a la palabra de Marx, según la cual "ha de hacerse a la opresión real más dura aún de lo que es agregándole la conciencia de la opresión, y a la vergüenza más denigrante aún haciéndola pública", Lenin invitó a los socialdemócratas "a organizar revelaciones políticas en todos los campos".
Esas "revelaciones" tienden a esclarecer, tras los sofismas con que las clases dominantes envuelven sus intereses egoístas, la verdadera naturaleza de sus apetitos y el fundamento real de su poder, y a dar a las masas una "representación clara" de ello. "Ahora bien, dice Lenin,, no es "en los libros donde el obrero podrá hallar esta representación clara; no la encontrará sino en las exposiciones vivaces, en las revelaciones candentes de lo que ocurre en un momento dado en torno a nosotros, de lo que se habla o cuchichea y que se manifiesta en tales o cuales hechos, cifras, veredictos, etc. Estas revelaciones políticas abarcan todos los campos y son la condición necesaria y fundamental para formar las masas con miras a su actividad revolucionaria." Es ésta la aplicación concreta del plan de desencantamiento marxista: ante cualquier acontecimiento que afecte la vida de las masas, el propagandista leninista debe ir de la apariencia a la realidad, la cual se encuentra al nivel de la lucha de clases, e impedir que los espíritus se desvíen o se hundan en explicaciones superficiales y falsas.
Una guerra, una huelga, un escándalo político son buenas ocasiones para ello; pero con más frecuencia algunos hechos mínimos muy concretos serán los analizados desde sus causas para demostrar cómo, lo que parecía un mero accidente, se relaciona con la explicación política general del partido comunista. Así el partido comunista francés se ha dedicado a demostrar los "crímenes del plan Marshall” tomando como base una penuria parcial, como un cierre de fábrica o el retraso en el suministro de agua en una comuna rural.

Jean_Marie Domenach: La propaganda política. Buenos Aires: Eudeba, 1963
Extraído de:
http://www.luisemiliorecabarren.cl/?q=node/776

viernes, 19 de diciembre de 2008

Saber, Comprender, Sentir

Paso del saber al comprender, al sentir y viceversa, del sentir al comprender, al saber. El elemento popular "siente", pero no siempre comprende o sabe. El elemento intelectual "sabe" pero no comprende o, particularmente, "siente". Los dos extremos son, por lo tanto, la pedantería y el filisteísmo por una parte, y la pasión ciega y el sectarismo por la otra. No se trata de que el pedante no pueda ser apasionado; al contrario, la pedantería apasionada es tan ridícula y peligrosa como el sectarismo y la demagogia más desenfrenados. El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y, especialmente, sin sentir ni ser apasionado (no sólo del saber en sí, sino del objeto del saber), es decir, que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) si se halla separado del pueblo-nación, es decir, sin sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndolas y, por lo tanto, explicándolas y justificándolas por la situación histórica determinada; vinculándolas dialécticamente a las leyes de la historia, a una superior concepción del mundo, científica y coherentemente elaborada: el "saber". No se hace política-historia sin esta pasión, sin esta vinculación sentimental entre intelectuales y pueblo-nación. En ausencia de tal nexo, las relaciones entre el intelectual y el pueblo-nación son o se reducen a relaciones de orden puramente burocrático, formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio (el llamado centralismo orgánico).
Si las relaciones entre intelectuales y pueblo-nación, entre dirigentes y dirigidos --entre gobernantes y gobernados--, son dadas por una adhesión orgánica en la cual el sentimiento-pasión deviene comprensión y, por lo tanto, saber (no mecánicamente, sino de manera viviente), sólo entonces la relación es de representación y se produce el intercambio de elementos individuales entre gobernantes y gobernados, entre dirigentes y dirigidos; sólo entonces se realiza la vida de conjunto, la única que es fuerza social. Se crea el "bloque histórico."
Vanesa Bouza Sociología
Antonio Gramsci, “Paso del saber al comprender, al sentir y viceversa, del sentir al comprender, al saber” (1932) en El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Nueva Visión, Bs. As., 1997; p. 123/4
Texto extraible de:
http://www.gramsci.org.ar

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Validaciones

“Según muchos epistemólogos, los procedimientos de validación en las ciencias sociales no se fundan principal ni exclusivamente en el criterio de falsación de Popper, sino en la confrontación entre paradigmas. ´El progreso científico puede resultar también de la confrontación entre paradigmas´, dice Boudon.
Un paradigma se valida siempre a expensas de otro según dos criterios básicos: su mayor generalidad (explica mayor número de fenómenos que la teoría rival) y su mayor poder heurístico (permite encontrar explicaciones y detectar hechos significativos en mayor medida que la teoría rival). Por tanto, se puede decir que una teoría queda ´refutada´ -en sentido un tanto elástico, que no es el de Popper- cuando se demuestra que puede ser sustituida ventajosamente por otra de mayor capacidad explicativa y de mayor poder heurístico respecto de un determinado campo de análisis.


Gómez, Gilberto: “La teoría y el análisis de la cultura problemas teóricos y metodológicos” en Metodología y Cultura

Gusto y Necesidad

“La sumisión a la necesidad que, como se ha visto, inclina a las clases populares hacia una ´estética´ pragmática y funcionalista, rechazando la gratuidad y la futilidad de los ejercicios formales y de cualquier especie de arte por el arte, se encuentra también en la base de todas las elecciones de la existencia cotidiana y de un arte de vivir que impone la exclusión de las intenciones propiamente estéticas como si de ´locuras´ se tratase. Así, los obreros, con mayor frecuencia que todas las demás clases dicen que les gustan las viviendas claras y limpias, fáciles de mantener, o los vestidos de calidad adecuada que en cualquier caso les asigna la necesidad económica. La elección doblemente prudente de una prenda de vestir que sea a la vez ´sencilla´ (se dice ´vale para todo´: ´va con todo´, etcétera), es decir, tan poco señalada y tan poco arriesgada como sea posible (se dice también ´sin adornos inútiles´, ´práctica´, etcétera), y ´conveniente´, esto es, barata y duradera a la vez, que pueda ´ser utilizada al máximo´ por el menor precio posible, se impone sin duda como la estrategia más razonable, dados, por una parte, el capital económico y el capital cultural (por no hablar del tiempo) que se puede invertir en la compra de tal prenda, y dados, por otra parte, los beneficios simbólicos que se pueden esperar de una tal inversión (al menos en el trabajo –a diferencia, por ejemplo, de los empleados).
Vanesa Bouza Sociología
Bourdieu Pierre “La distinción” Ed. Taurus 1998 (”La elección de lo necesario”,pag 385)

martes, 16 de diciembre de 2008

Capitales Lingüísticos

“Cualquier acto de palabra o cualquier discurso es una coyuntura, producto del encuentro entre un habitus lingüístico y un mercado lingüístico, es decir, por una parte, entre un sistema de disposiciones socialmente constituidas, que implica una propensión a hablar de cierta manera y formular ciertas cosas (un interés expresivo), al mismo tiempo que una competencia para hablar inseparablemente definida como la aptitud lingüística para generar infinidad de discursos gramáticamente conformes y como la capacidad social para emplear adecuadamente esta competencia en una situación dada y, por la otra, un sistema de relaciones de fuerzas simbólicas que se imponen a través de un sistema de sanciones y censuras específicas y que, de esta manera, contribuyen a moldear la producción lingüística al determinar el “precio” de los productos lingüísticos. La anticipación práctica del precio que mi discurso tendrá contribuye a determinar la forma y el contenido de mi discurso, que será más o menos tenso, más o menos censurado, a veces hasta el silencio de la intimidación. Entre más oficial o “tenso” sea el mercado, esto es, más próximo a las normas del lenguaje dominante (podemos pensar, por ejemplo, en las ceremonias de la política oficial: inauguraciones, discursos, debates públicos), mayor será la censura y mayor la dominación del mercado por los dominantes, poseedores de la competencia lingüística legítima.”

Bourdieu P. y Wacquant L., Respuestas. Para una antropología reflexiva, Mexico, Grijalbo, 1995.

El Populismo

“Inspirado por la inquietud de rehabilitar, el populismo, que puede también tomar la forma de un relativismo, tiene por efecto hacer desaparecer los efectos de la dominación: interesándose en mostrar que “el pueblo” no tiene nada que envidiar a los “burgueses” en materia de cultura y de distinción, olvida que sus búsquedas cosméticas o estéticas son descalificadas de antemano como excesivas, mal ubicadas, o desplazadas, en un juego donde los dominantes determinan a cada momento la regla del juego (seca, yo gano; cara, tu pierdes) por su existencia misma, midiendo las búsquedas con la regla de la discreción y la simplicidad con la norma del refinamiento.”

Pierre Bourdieu “Los usos del pueblo”, en Cosas Dichas, (Madrid, Editorial Gedisa, 1993)

Cuando los desocupados deciden tomar la palabra

TRIBUNA ABIERTA /Diario Clarín jueves 12 de febrero de 1998 / OPINIÓN/


Las recientes manifestaciones de desocupados en Francia cuestionan la división entre excluidos, desempleados y trabajadores / Todos sufren por igual la precarización de las condiciones laborales


Por PIERRE BOURDIEU, FREDERIC LEBARON Y GERARD MAUGER. Sociólogos


Aquellos a quienes nos hemos acostumbrado a llamar los excluidos -excluidos provisorios, temporarios, duraderos o definitivos del mercado laboral- casi siempre están también excluidos de la palabra y la acción colectiva. ¿Qué pasa cuando, al cabo de muchos años de esfuerzos aislados y aparentemente desesperados de algunos militantes, necesariamente minoritarios, una acción colectiva logra por fin derribar el muro de la indiferencia mediática y política?

En primer lugar, el mal humor apenas disimulado de algunos profesionales de la palabra, periodistas, sindicalistas y hombres o mujeres políticos, que no ven en estas manifestaciones de los desocupados más que un cuestionamiento intolerable de sus intereses sectoriales, de su monopolio de la palabra autorizada sobre la exclusión y el drama nacional del desempleo.

Confrontados con esta movilización inesperada, estas manipulaciones profesionales, esos ocupantes permanentes de los estudios de televisión no han sabido ver en esto más que una manipulación de la angustia, una operación de intenciones mediáticas, la ilegitimidad de una minoría o la ilegalidad de acciones pacíficas.

Después, la extensión del movimiento y la irrupción en la escena mediático-política de una minoría de desempleados movilizados: el primer logro del movimiento de los desocupados, el movimiento en sí mismo (que contribuye a apartar del Frente Nacional a un electorado popular desorientado). El movimiento de los desempleados, es decir a un tiempo el esbozo de una organización colectiva y las conversiones en cadena de que es producto y que ella contribuye a producir: el aislamiento, la depresión, la vergüenza, el resentimiento individual, la venganza hacia los chivos emisarios; de la resignación, la pasividad, el repliegue sobre sí, del silencio a la toma de la palabra; de la depresión a la rebelión, del desocupado aislado a la colectividad de los desocupados, de la miseria a la cólera. Así terminó por verificarse el eslogan de los manifestantes: El que siembra la miseria, recoge la cólera.

Pero también la recordación de algunas verdades esenciales de las sociedades neoliberales, que hizo surgir el movimiento de noviembre-diciembre de 1995 y que los poderosos apóstoles del pensamiento Tietmeyer (por el presidente del Banco Central alemán) se afanan por disimular. Empezando por la relación indiscutible entre tasa de desempleo y tasa de ganancia. Los dos fenómenos -el consumo desenfrenado de unos y la miseria de otros- son interdependientes. Cuando la Bolsa echa las campanas a vuelo, los desempleados pagan el pato, el enriquecimiento de unos va de acuerdo con la pauperización de los otros.

El desempleo masivo, efectivamente, sigue siendo el arma más eficaz de que puede disponer el empresariado para imponer el estancamiento o la rebaja de los salarios, la intensificación del trabajo, la degradación de las condiciones laborales, la precarización, la flexibilidad, la puesta en práctica de nuevas formas de dominación en el trabajo y el desmantelamiento del código de trabajo. Cuando, por uno de esos planes sociales anunciados triunfalmente a través de los medios, las empresas despiden trabajadores, sus acciones suben en la Bolsa. En cuanto se anuncia un retroceso del desempleo en los Estados Unidos, las acciones bajan en Wall Street. En Francia, 1997 fue el año en que la Bolsa de París superó todos los récords.



Sin diferencias

Pero, por sobre todo, el movimiento de los desocupados vuelve a poner sobre el tapete las divisiones metódicamente mantenidas entre los buenos y los malos pobres, entre los excluidos y los desempleados, entre los desempleados y los trabajadores...

Aunque la relación entre desempleo y delincuencia no es mecánica, nadie puede ignorar hoy que las violencias urbanas tienen origen en el desempleo, la precariedad social y la pobreza generalizada. Las amenazas de reapertura de los correccionales o de supresión de las asignaciones familiares a los padres abandonantes de los promotores de disturbios son la cara oculta de la política de empleo neoliberal.

Porque obliga a ver que un desempleado es virtualmente un desempleado a largo plazo, y un desempleado a largo plazo es un excluido en suspenso; y a ver que la exclusión del UNEDIC (organismo oficial que brinda prestaciones sociales a los desempleados) es también la condena a la asistencia, a la ayuda social, a la beneficencia, el movimiento de los desocupados pone en duda la división entre excluidos y desempleados: enviar a los desempleados a la oficina de ayuda social es quitarles su condición de desempleados y hacerlos caer en la exclusión.



Pero obliga a descubrir también y por sobre todo que un trabajador es un desempleado virtual, que la precarización generalizada (en particular de los jóvenes), la inseguridad social organizada de todos los que viven bajo la amenaza de un plan social hacen de cada trabajador un desempleado en potencia.

La evacuación manu militari de una manifestación no evacuará el problema. Porque la causa de los desempleados es también la de los excluidos, los precarios y los asalariados que trabajan bajo amenaza. Porque hay quizás un movimiento cuyo ejército de reserva de desempleados y trabajadores precarios -que condena a la sumisión a aquellos que tienen la oportunidad provisoria de ser excluidos de él- se vuelve contra los que basaron su política (­oh socialismo!) en la confianza cínica en la pasividad de los más dominados.


Copyright Clarín y Le Monde, 1998. Traducción de Elisa Carnelli.
Extraído de: http://www.clarin.com/diario/1998/02/12/i-01501d.htm

Ideología

“Entendemos por ideología, como hace Louis Althusser, un sistema (con su lógica y rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos, según los casos) que tiene una existencia y representa un papel histórico en el seno de una sociedad.
Así definidas, las ideologías representan cierto número de rasgos que conviene, ante todo, poner de relieve: aparecen como sistemas completos y son, naturalmente, globalizantes, pretendiendo ofrecer a la sociedad, de su pasado, de su presente y de su futuro, una representación integrada de una visión del mundo.
Las ideologías, que tienen por primera función la de dar seguridad, también son deformantes. La imagen que procuran de la organización social se construye en un encajonamiento, dentro de una perspectiva, un juego de luces que tiende a velar ciertas articulaciones proyectando luz en otras.
Resulta de todo ello que, en una sociedad dada, coexisten varios sistemas de representaciones.
Las ideologías además son estabilizantes, pues las representaciones ideológicas participan de las características de rigidez comunes a los sistemas de valores y a las tradiciones. El miedo del futuro hace que las ideologías se apoyen en las fuerzas de la conservación.”

Georges Duby, “Historia social e ideologías de las sociedades”. En J. Le Golff y J. –L. Flandrin: Orígenes de la familia moderna, Barcelona, Crítica, 1979.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Confesiones de un Ególatra

El otro día me dejé de tonterías y decidí hacer un homenaje a mi persona. Convencido de mis altos méritos, de mi recta conducta ciudadana, y el especial talento para tantas y tan variadas cosas, organicé el importante evento, al cual, por razones de modestia y de principios, yo era el único invitado.
Para ello establecí un riguroso programa que imprimí en la única tarjeta que, dirigida a mi mismo, establecía el orden de los actos de aquella trascendental velada: primero, el discurso introductorio en el cual se destacaban mi labor patriótica así como el extraordinario aporte a la cultura universal y a la paz y la comprensión entre los hombres. Después del discurso procedería a condecorarme con la orden de mi persona en primer grado y seguidamente haría un brindis haciendo votos por una larga y exitosa vida con tan brillante trayectoria.
En el programa se establecía que después de colocarme la cinta frente al espejo, tomaría asiento para un exquisito banquete preparado para la solemne ocasión, en el cual, como invitado solitario, ocuparía el lugar de honor.
El acto se llevó a cabo a la hora prevista. Vestido de rigurosa etiqueta tomé asiento en la amplia biblioteca de mi casa, y bajo los acordes de una moderna melodía de Mozart me serví un trago de excelente whisky. Confieso que me sentía nervioso. Poco acostumbrado a los actos pomposos y a los homenajes, mordía insistentemente la boquilla de mi pipa mientras daba vueltas por la sala sonriendo amablemente cada vez que me veía en el espejo.
Cuando llegó el momento de tomar la palabra para el discurso de orden se me hizo un nudo en la garganta. No obstante, expuse de una manera magistral, plagada de inusitada sencillez y profundidad, la importancia de mi labor y de mi vida. Fue una síntesis precisa de mis virtudes de mi mágica personalidad, inteligencia y genio desbordante. Interrumpido a cada instante por mis aplausos hice especial hincapié en la graciosidad de mi varonil figura tan propia de los predestinados. Al concluir, el largo aplauso que me brindé por tan brillante pieza oratoria me obligó a inclinar varias veces la cabeza en señal de agradecimiento. Después de imponerme la condecoración me felicité sin poder ocultar el orgullo que me producía conocerme y poder disfrutar siempre de mis eminentes cualidades.
La cena fue maravillosa. De entrada me serví un coctel de caviar rojo del Volga con salsa Bouterlied acompañado de un Pinot Bouvoir 1945 de Le Roi. Luego de una increíble sopa boullibase, degusté un inolvidable moulie de corazones de aves variadas a la Domaine saboreando un increíble Lafite-Rothschild 1832. De postre flan kirschestrassen vienés con fresas gigantes.
Al finalizar aquella fastuosa cena me dirigí al sofá principal de la casa, y encendiendo un Montecristo acompañado de cognac Napoleón reserva especial, bajo las suaves notas del adagio de Albinoni cambié francas impresiones sobre mis dotes, mi pasado hermoso y mi prometedor futuro.
Fue un acto sencillo pero muy emotivo y lleno de verdadera sinceridad y afecto. El hecho de haber reconocido mis méritos y el aprecio bien merecido que me profeso me dejaron profundamente conmovido y lleno de honda satisfacción.
La noche culminó haciéndome un justo regalo y después de despedirme prometí homenajearme con más frecuencia, absolutamente convencido de ser, para mí, la persona más digna de tan justa pleitesía.

* De La miel del alacrán, por Otrova Gomas.
Este artículo fue publicado en Perspectivas Sistémicas Nº 2, año 1, ago/sep. 1988


jueves, 11 de diciembre de 2008

El Traje Nuevo del Emperador

[Cuento infantil. Texto completo]


Hans Christian Andersen

Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
FIN

lunes, 8 de diciembre de 2008

Llamado

“La voracidad ha envenenado el alma de los hombres, ha rodeado al mundo con un círculo de odio, y nos ha hecho entrar, a paso de ganso, en la miseria y en la sangre. Hemos aumentado nuestra velocidad, pero somos sus esclavos. La mecanización, que proporciona la abundancia, nos ha dejado el deseo. Nuestra ciencia nos ha vuelto cínicos. Nuestra inteligencia nos ha hecho duros y brutales.
Y a los que puedan oírme les digo: ¡no desesperéis! La desgracia que se ha desplomado sobre nosotros no es más que el resultado del feroz apetito y de la amargura de unos hombres que temen el avance del progreso humano. Pero el odio de los hombres pasará y los dictadores desaparecerán. Y el poder que han usurpado al pueblo volverá al pueblo. ¡Porque mientras los hombres sepan morir, la libertad no podrá perecer!
Soldados, no hagáis el don de vuestro propio ser a esos brutos.., a esos hombres que os desprecian y os tratan como esclavos: que automatizan vuestras vidas, que os imponen vuestros actos, vuestro pensar, vuestro sentir, que os reclutan, os hacen ayunar, os tratan como ganado y se sirven de vosotros como carne de cañón. No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina de corazón de máquinas. ¡Porque no sois máquinas! ¡No sois ganado!
En el décimo capítulo del Evangelio según San Lucas está escrito: El reino de Dios está en el hombre mismo. ¡No en un solo hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres! ¡Y también en vosotros! Vosotros, que sois el pueblo, tenéis el poder, y también el poder de crear máquinas.
Pues entonces, en nombre de la democracia utilicemos este poder, ¡unámonos todos! Combatamos por un mundo nuevo, por un mundo limpio que dé a cada hombre la posibilidad de trabajar, que prepare un porvenir para la juventud y que cobije de la necesidad a los viejos.
Mediante la promesa de estas cosas, algunos ambiciosos se han encaramado en el poder. ¡Pero han mentido! ¡No han cumplido sus promesas, ni las cumplirán jamás! Los dictadores se han liberado pero han esclavizado al pueblo. ¡Combatamos ahora para cumplir esa promesa!”

Charles Chaplin: “El monólogo del barbero” en la película El gran dictador, citado en I. Arcella y E. Kleinman, “Biografía de Charles Chaplin”, en Eisenstein y otros, El mundo de Charles Chaplin, Buenos Aires, CEAL, 1980.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Sobre los Docentes

Por Lucas Gago*

Desde el jardín yo le tenía agrado a mis profesores y me llevaba bien con todos, al igual que en mi primaria. Ahora en secundaria me llevo bien sólo con unos pocos, con algunos me llevo mal, porque siento que son malas personas o nos tratan mal. Obviamente todos los profesores que tuve me sirvieron ya que con sus diferentes métodos me ayudaron.
Algunos profesores me humillaron con mi panza o mi cabello, o mi forma de hablar. Otros profesores los cuales son muy exigentes me molestan, porque no me gusta estudiar, y no me gusta que los profesores sean demasiado exigentes.
Pienso que muchos profesores también tienen mal humor todo el tiempo, que es algo muy molesto, porque no tienen ganas de explicar o te tratan mal todo el tiempo.
Otros llegan y no hacen nada, a otros no les importa que te vaya mal, con otros me gusta hablar y dialogar y pasar tiempo con ellos. Todo depende de la persona que tengas delante. Hay algunos profesores que no les gusta hablar con sus alumnos; otros que sí… pero finalmente, aunque tengan distintas personalidades, todos nos ayudan para nuestro futuro.

* Alumno de 4°A del Instituto Nuestra Señora de la Misericordia

El Trabajo

“El trabajo es en primer lugar un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y cabeza, manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Concebimos el trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil.
Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. Al consumarse este proceso de trabajo, surge un resultado que antes de comienzo de aquél ya existía en la imaginación del obrero, o sea, idealmente. El obrero no sólo efectúa un cambio de forma de lo natural; en lo natural, al mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo, objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su comportamiento y al que tiene que subordinar su voluntad.”
Karl Marx, El capital, tomo I, México, FCE, 1964.

Concepción Materialista de la Historia

“Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca otra cosa que esto; por consiguiente, si alguien tergiversa afirmando que el elemento económico es el único determinante, la transforma en una teoría sin sentido, absurda y abstracta.”
Friedrich Engels: “Carta a Bloch”, en Correspondencia K. Marx – F. Engels, 1890, Buenos Aires, Cartago, 1972.

La Manufactura

“La producción capitalista comienza donde un capitalista individual emplea, simultáneamente, un número relativamente grande de obreros, lanzando al mercado productos en una escala relativamente grande. La producción capitalista tiene, histórica y lógicamente, su punto de partida en la reunión de un número relativamente grande de obreros que trabajan al mismo tiempo, en el mismo sitio, en la fabricación de la misma clase de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista. El empleo simultáneo de un número grande de obreros revoluciona también las condiciones en que se realiza y organiza el trabajo, aunque la forma de trabajo no varíe. Por ejemplo, el taller en que trabajan 20 tejedores con sus 20 telares tiene que ser necesariamente más espacioso que el cuarto en que trabaja un tejedor por su cuenta.
La manufactura que va desde mediados del siglo XVI al último tercio del siglo XVIII surge de dos modos. Uno consiste en reunir en un solo taller bajo el mando del mismo capitalista a los obreros de diversos oficios independientes, por cuyas manos tiene que pasar el producto hasta su terminación. Por ejemplo, un coche es el producto colectivo de los trabajos de toda una serie de artesanos independientes: carreros, talabarteros, costureros, vidrieros, pintores. La manufactura de coches reúne en un taller todos estos oficios y los entrelaza.
La manufactura también puede nacer por un camino inverso, cuando el mismo capital reúne en el mismo taller a muchos trabajadores que realizan el mismo trabajo o un trabajo, en donde cada trabajador artesano realiza o produce la mercancía en su totalidad, por ejemplo, papel para imprenta. Este artesano sigue haciendo el mismo trabajo que realizaba en su taller.
Los orígenes de la manufactura son dobles: por una parte, brota de la combinación de diversos oficios independientes, que se entrelazan en la producción de una mercancía; por otro lado, la manufactura brota de la cooperación de artesanos con iguales o similares oficios, separando las diferentes operaciones de ese producto hasta que se convierte en una función específica de cada obrero.”
Karl Marx: El capital, México, Fondo de Cultura Económica, 1964.

sábado, 6 de diciembre de 2008

Destruir Prejuicios

"El objetivo sigue siendo el mismo: destruir el prejuicio, pero, para conseguirlo, ya no se trata de abrir a los demás a la razón, sino de abrirse uno mismo a la razón de los demás".


Lévi-Strauss

viernes, 5 de diciembre de 2008

La Imposibilidad de no comunicar

Paul Watzlawick es un investigador norteamericano que se dedicó a estudiar los distintos códigos que se emplean durante la comunicación humana. Es este fragmento presenta la idea de que las personas comunican siempre, aun cuando no emitan ningún mensaje.

“Si se acepta que toda conducta en una situación de interacción tiene un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que uno lo intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican. Debe entenderse claramente que la mera ausencia de palabras o de atención mutua no constituyen una excepción a lo que acabamos de afirmar. El hombre sentado frente a un abarrotado mostrador en un restaurante, con la mirada perdida en el vacío, o el pasajero de un avión que permanece sentado con los ojos cerrados, comunican que no desean hablar con nadie o que alguien les hable, y sus vecinos por lo general ´captan el mensaje´ y responden de manera adecuada, dejándolos tranquilos. Evidentemente, esto constituye un intercambio de comunicación en la misma medida que una acalorada comunicación.
Tampoco podemos decir que la ´comunicación´ sólo tiene lugar cuando es intencional, consciente o eficaz, esto es, cuando se logra un entendimiento mutuo.”


Paul Watzlawick, Teoría de la comunicación humana, 1971, citado en Comunicación /Santillana Polimodal, Sergio Caletti, Andrés M. Cuesta González, Pablo G. Livszyc

lunes, 1 de diciembre de 2008

Encadenamientos

"El escepticismo no es irrefutable, sino claramente sinsentido si pretende dudar allí en donde no se puede plantear una pregunta.Pues la duda sólo puede existir cuando hay una pregunta; una pregunta, sólo cuando hay una respuesta, y ésta únicamente cuando se puede decir algo. "
Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-philosophicus.

Aristóteles sobre la Filosofía

“(La Filosofía tiene que ser) la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas… Lo que en un principio llevó a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas era, como lo es hoy, (una mezcla de curiosidad y) admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían dar razón se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después avanzando paso a paso quisieron explicarse los fenómenos de mayor magnitud, por ejemplo las fases de la luna, el curso del sol y de los astros, finalmente la formación del universo… Por consiguiente, si los primeros filósofos filosofaron para liberarse de la ignorancia, es evidente que se consagraron a la licencia para saber y no por miras de utilidad. El hecho mismo constituye una prueba de ello: casi todas las artes que conciernen a las necesidades y las que se aplican al bienestar y al placer eran ya conocidas cuando se comenzó a buscar explicaciones de este tipo. Es evidente que no estudiamos Filosofía por ningún interés ajeno a ella. “
Aristóteles, Metafísica, México, Porrúa, 1980, Libro 1, cap. 2, pág. 8

Hegel sobre la Filosofía

Precisamente porque la Filosofía es el fundamento de lo racional consiste en la comprensión mediante la inteligencia de lo presente y de lo real y no en la construcción de un más allá que se encontraría Dios sabe dónde (…) En lo que concierne al individuo, cada uno es hijo de su tiempo; del mismo modo la filosofía resume su tiempo en el pensamiento. Es absurdo imaginar que una filosofía cualquiera saltará por encima de su tiempo (…)
Hegel, Filosofía del derecho, en Pascual, op.cit. pág. 165. Trad. M. F. de Gallo

La Investigación Científica: Invención y Contrastación

HEMPEL, Carl G. (1987), Filosofía de la Ciencia Natural, Alianza Ed., Madrid,

Cap. 2

2. LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA: INVENCIÓN Y CONTRASTACIÓN. 1. Un caso histórico a título de ejemploComo simple ilustración de algunos aspectos importantes de la investigación científica, parémonos a considerar los trabajos de Semmelweis en relación con la fiebre puerperal. Ignaz Semmelweis, un médico de origen húngaro, realizó esos trabajos entre 1844 y 1848 en el Hospital General de Viena. Como miembro del equipo médico de la Primera División de Maternidad del hospital, Semmelweis se sentía angustiado al ver que una gran proporción de las mujeres que habían dado a luz en esa división contraía una seria y con frecuencia fatal enfermedad conocida como fiebre puerperal o fiebre de post-parto. En 1844, hasta 260, de un total de 3.157 madres de la División Primera -un 8,2 %- murieron de esa enfermedad; en 1845, el índice de muertes era del 6,8 %, y en 1846, del 11,4. Estas cifras eran sumamente alarmantes, porque en la adyacente Segunda División de Maternidad del mismo hospital, en la que se hallaban instaladas casi tantas mujeres como en la Primera, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal era mucho más bajo: 2,3, 2,0 y 2,7 en los mismos años. En un libro que escribió más tarde sobre las causas y la prevención de la fiebre puerperal, Semmelweis relata sus esfuerzos por resolver este terrible rompecabezas.
Semmelweis empezó por examinar varias explicaciones del fenómeno corrientes en la época; rechazó algunas que se mostraban incompatibles con hechos bien establecidos; a otras las sometió a contrastación.
Una opinión ampliamente aceptada atribuía las olas de fiebre puerperal a «influencias epidérmicas», que se describían vagamente como «cambios atmosférico-cósmico-telúricos», que se extendían por distritos­enteros y producían la fiebre puerperal en mujeres que se hallaban de postparto. Pero, ¿cómo -argüía Semmelweis podían esas influencias haber infestado durante años la División Primera y haber respetado la Segunda? Y ¿cómo podía hacerse compatible esta concepción con el hecho de que mientras la fiebre asolaba el hospital, apenas se producía caso alguno en la ciudad de Viena o sus alrededores? Una epidemia de verdad, como el cólera, no sería tan selectiva. Finalmente, Semmelweis señala que algunas de las mujeres internadas en la División Primera que vivían lejos del hospital se habían visto sorprendidas por los dolores de parto cuando iban de camino, y habían dado a luz en la calle; sin embargo, a pesar de estas condiciones adversas, el porcentaje de muertes por fiebre puerperal entre estos casos de «parto callejero» era más bajo que el de la División Primera.Según otra opinión, una causa de mortandad en la División Primera. era el hacinamiento. Pero Semmelweis señala que de hecho el hacinamiento era mayor en la División Segunda, en parte como consecuencia de los esfuerzos desesperados de las pacientes para evitar que las ingresaran en la tristemente célebre División Primera Semmelweis descartó asimismo dos conjeturas similares haciendo notar que no había diferencias entre las dos divisiones en lo que se refería a la dieta y al cuidado general de las pacientes.
En 1846, una comisión designada para investigar el asunto atribuyó la frecuencia de la enfermedad en la División Primera a las lesiones producidas por los reconocimientos poco cuidadosos a que sometían a las pacientes los estudiantes de medicina, todos los cuales realizaban sus prácticas de obstetricia en esta División. Semmelweis señala, para refutar esta opinión, que (a) las lesiones producidas naturalmente en el proceso del parto son mucho mayores que las que pudiera producir un examen poco cuidadoso; (b) las comadronas que recibían enseñanzas en la División Segunda reconocían a sus pacientes de modo muy análogo, sin por ello producir los mismos efectos; (c) cuando, respondiendo al informe de la comisión, se redujo a la mitad el número de estudiantes y se restringió al mínimo el reconocimiento de las mujeres por parte de ellos, la mortalidad, después de un breve descenso, alcanzó sus cotas más altas.
Se acudió a varias explicaciones psicológicas. Una de ellas hacía notar que la División Primera estaba organizada de tal modo que un sacerdote que portaba los últimos auxilios a una moribunda tenía que pasar por cinco salas antes de llegar a la enfermería: se sostenía que la aparición del sacerdote, precedido por un acólito que hacía sonar una campanilla, producía un efecto terrorífico y debilitante en las pacientes de las salas y las hacía así más propicias a contraer la fiebre puerperal. En la División Segunda no se daba este factor adverso, porque el sacerdote tenía acceso directo a la enfermería. Semmelweis decidió someter a prueba esta suposición. Convenció al sacerdote de que debía dar un rodeo y suprimir el toque de campanilla paraconseguir que llegara a la habitación de la enferma en silencio y sin ser observado. Pero la mortalidad no decreció en la División Primera.
A Semmelweis se le ocurrió una nueva idea: las mujeres, en la División Primera, yacían de espaldas; en la Segunda, de lado. Aunque esta circunstancia le parecía irrelevante, decidió, aferrándose a un clavo ardiendo, probar a ver sí la diferencia de posición resultaba significativa. Hizo, pues, que las mujeres internadas en la División Primera se acostaran de lado, pero, una vez más, la mortalidad continuó.
Finalmente, en 1847, la casualidad dio a Semmelweis la clave para la solución del problema. Un colega suyo, Kolletschka, recibió una herida penetrante en un dedo, producida por el escalpelo de un estudiante con el que estaba realizando una autopsia, y murió después de una agonía durante la cual mostró los mismos síntomas que Semmelweis había observado en las víctimas de la fiebre puerperal. Aunque por esa época no se había descubierto todavía el papel de los microorganismos en ese tipo de infecciones, Semmelweis comprendió que la «materia cadavérica» que el escalpelo del estudiante había introducido en la corriente sanguínea de Kolletschka había sido la causa de la fatal enfermedad de su colega, y las semejanzas entre el curso de la dolencia de Kolletschka y el de las mujeres de su clínica llevó a Semmelweis a la conclusión de que sus pacientes habían muerto por un envenenamiento de la sangre del mismo tipo: él, sus colegas y los estudiantes de medicina habían sido los portadores de la materia infecciosa, porque él y su equipo solían llegar a las salas inmediatamente después de realizar disecciones en la sala de autopsias, y reconocían a las parturientas después de haberse lavado las manos sólo de un modo superficial, de modo que éstas conservaban a menudo un característico olor a suciedad.
Una vez más, Semmelweis puso a prueba esta posibilidad. Argumentaba él que si la suposición fuera correcta, entonces se podría prevenir la fiebre puerperal destruyendo químicamente el material infeccioso adherido a las manos. Dictó, por tanto, una orden por la que se exigía a todos los estudiantes de medicina que se lavaran las manos con una solución de cal clorurada antes de reconocer a ninguna enferma. La mortalidad puerperal comenzó a decrecer, y en el año 1848 descendió hasta el 1,27 % en la División Primera, frente al 1,33 de la Segunda.
En apoyo de su idea, o, como también diremos, de su hipótesis, Semmelweis hace notar además que con ella se explica el hecho de que la mortalidad en la División Segunda fuera mucho más baja: en ésta las pacientes estaban atendidas por comadronas, en cuya preparación no estaban incluidas las prácticas de anatomía mediante la disección de cadáveres.
La hipótesis explicaba también el hecho de que la mortalidad fuera menor entre los casos de «parto callejero»: a las mujeres que Regaban con el niño en brazos casi nunca se las sometía a reconocimiento después de su ingreso, y de este modo tenían mayores posibilidades de escapar a la infección.
Asímismo, la hipótesis daba cuenta del hecho de que todos los recién nacidos que habían contraído la fiebre puerperal fueran hijos de madres que habían contraído la enfermedad durante el parto; porque en ese caso la infección se le podía transmitir al niño antes de su nacimiento, a través de la corriente sanguínea común de madre e hijo, lo cual, en cambio, resultaba imposible cuando la madre estaba sana.
Posteriores experiencias clínicas llevaron pronto a Semmelweis a ampliar su hipótesis. En una ocasión, por ejemplo, él y sus colaboradores, después de haberse desinfectado cuidadosamente las manos, examinaron primero a una parturienta aquejada de cáncer cervical ulcerado; procedieron luego a examinar a otras doce mujeres de la misma sala, después de un lavado rutinario, sin desinfectarse de nuevo. Once de las doce pacientes murieron de fiebre puerperal. Semmelweis llegó a la conclusión de que la fiebre puerperal podía ser producida no sólo por materia cadavérica, sino también por «materia pútrida procedente de organismos vivos».
2. Etapas fundamentales en la contrastación de una hipótesis
Hemos visto cómo, en su intento de encontrar la causa de la fiebre puerperal, Semmelweis sometió a examen varias hipótesis que le habían sido sugeridas como respuestas posibles. Cómo se llega en un principio a esas hipótesis es una cuestión compleja que estudiaremos más adelante. Antes de eso, sin embargo, veamos cómo, una vez propuesta, se contrasta una hipótesis.
Hay ocasiones en que el procedimiento es simplemente directo. Pensemos en las suposiciones según las cuales las diferencias en el número de enfermos, o en la dieta, o en los cuidados generales, explicaban las diferencias en la mortalidad entre las dos divisiones. Como señala Semmelweis, esas hipótesis están enconflicto con hechos fácilmente observables. No existen esas diferencias entre las dos divisiones; las hipótesis, por tanto, han de ser rechazadas como falsas.Pero lo normal es que la contrastación sea menos simple y directa. Tomemos la hipótesis que atribuye el alto índice de mortalidad en la División Primera al terror producido por la aparición del sacerdote con su acólito. La intensidad de ese terror, y especialmente sus efectos sobre la fiebre puerperal, no son tan directamente identificables como las diferencias en el número de enfermos 0 en la dieta, y Semmelweis utiliza un método indirecto de contrastación. Se pregunta a sí mismo: ¿Qué efectos observables -si los hay- se producirían en el caso de que la hipótesis fuera verdadera? Y argumenta: si la hipótesis fuese verdadera, entonces un cambio apropiado en los procedimientos del sacerdote iría seguido de un descenso en la mortalidad. Comprueba mediante un experimento muy simple si se da esta implicación; se encuentra con que es falsa, y, en consecuencia, rechaza la hipótesis.
De modo similar, para contrastar la conjetura relativa a la posición de las mujeres durante el parto, razona del siguiente modo: si la conjetura fuese verdadera, entonces la adopción, en la División Primera, de la posición lateral reduciría la mortalidad. Una vez más, la experimentación muestra que la implicación es falsa, y se descarta la conjetura.
En los dos últimos casos, la contrastación está basada en un razonamiento que consiste en decir que si la hipótesis considerada, llamémosle H, es verdadera, entonces se producirán, en circunstancias especificadas (por ejemplo, si el sacerdote deja de atravesar las salas, o si las mujeres adoptan la posición de lado), ciertos sucesos observables (por ejemplo, un descenso en la mortalidad); en pocas palabras, si H es verdadera, entonces también lo es I, donde I es un enunciado que describe los hechos observables que se esperase produzcan. Convengamos en decir que I se infiere de, o está implicado por, H; y llamemos a I una implicación contrastadora de la hipótesis H. (Más adelante daremos una descripción más cuidadosa de la relación entre I y H.)En nuestros dos últimos ejemplos, los experimentos mostraban que la implicación contrastadora era falsa, y, de acuerdo con ello, se rechazaba la hipótesis. El razonamiento que llevaba a ese rechazo podría esquematizarse del siguiente modo:
Si H es verdadera, entonces también lo es I.
Pero (como se muestra empíricamente) I no es verdadera.
H no es verdadera.
Toda inferencia de esta forma, llamada en lógica modus tollens , es deductivamente válida; es decir, que si sus premisas (los enunciados escritos encima de la línea horizontal) son verdaderas, entonces su conclusión (el enunciado que figura debajo de la línea) es indefectiblemente verdadera también. Por tanto, si las premisas de (2a) están adecuadamente establecidas, la hipótesis H que estamos sometiendo a contrastación debe ser rechazada.
Consideremos ahora el caso en que la observación o la experimentación confirman la implicación contrastadora, I. De su hipótesis de que la fiebre puerperal es un envenenamiento de la sangre producido por materia cadavérica, Semmelweis infiere que la adopción de medidas antisépticas apropiadas reducirá el número de muertes por esa enfermedad. Esta vez los experimentos muestran que la implicación contrastadora es verdadera. Pero este resultado favorable no prueba de un modo concluyente que la hipótesis sea verdadera, porque el razonamiento en que nos hemos basado tendría la forma siguiente:
Si H es verdadera, entonces también lo es I. (Como se muestra empíricamente) I es verdadera.
H es verdadera.
Y este modo de razonar, conocido con el nombre de falacia de afirmación de consecuente, no es deductivamente válido, es decir, que su conclusión puede ser falsa, aunque sus premisas sean verdaderas. De hecho, la propia experiencia de Semmelweis puede servir para ilustrar este punto. La versión inicial de su explicación de la fiebre puerperal como una forma de envenenamiento de la sangre presentaba la infección con materia cadavérica esencialmente como la única causa de la enfermedad; y Semmelweis estaba en locierto al argumentar que si esta hipótesis fuera verdadera, entonces la destrucción de las partículas cadavéricas mediante el lavado antiséptico reduciría la mortalidad. Además, su experimento mostró que la implicación contrastadora era verdadera. Por tanto, en este caso las premisas de (2b) eran ambas verdaderas. Sin embargo, su hipótesis era falsa, porque, como él mismo descubrió más tarde, la materia en proceso de putrefacción procedente de organismos vivos podía producir también la fiebre puerperal.
Así, pues, el resultado favorable de una contrastación, es decir, el hecho de que una implicación contrastadora inferida de una hipótesis resulte ser verdadera, no prueba que la hipótesis lo sea también. Incluso en el caso de que hayan sido confirmadas mediante contrastación cuidadosa diversas implicadores de una hipótesis, incluso en ese caso, puede la hipótesis ser falsa. El siguiente razonamiento incurre también en la falacia de afirmación de consecuente:
Si H es verdadera, entonces lo son también I1, I2, ..., In.... (Como se muestra empíricamente), I1, I2, .... In..., son todas verdaderas.
H es verdadera.
También esto se puede ilustrar por referencia a la hipótesis final de Semmelweis en su primera versión. Como antes señalamos, la hipótesis de Semmelweis entraña también las implicaciones contrastadoras de que entre los casos de parto callejero ingresados en la División Primera el porcentaje de muertes por fiebre puerperal sería menor que el de la División, y que los hijos de madres que habían escapado a la enfermedad no contraerían la fiebre; estas implicaciones fueron también corroboradas por la experiencia -y ello a pesar de que la primera versión de la hipótesis final era falsa.
Pero la advertencia de que un resultado favorable en todas cuantas contrataciones hagamos no proporciona una prueba concluyente de una hipótesis no debe inducirnos a pensar que después de haber sometido una hipótesis a una serie de contrataciones, siempre con resultado favorable, no estamos en una situación más satisfactoria que si no la hubiéramos contrastado en absoluto. Porque cada una de esas contrataciones podía muy bien haber dado un resultadodesfavorable y podía habernos llevado al rechazo de la hipótesis. Una serie de resultados favorables obtenidos contrastando distintas implicaciones contrastadoras, I1, I2, ..., In...de una hipótesis, muestra que, en lo concerniente a esas implicaciones concretas, la hipótesis ha sido confirmada; y si bien este resultado no supone una prueba completa de la hipótesis, al menos le confiere algún apoyo, una cierta corroboración o confirmación parcial de ella. El grado de esta confirmación dependerá de diversos aspectos de la hipótesis y de los datos de la contrastación. Todo esto lo estudiaremos en el Capítulo 4.
Tomemos ahora otro ejemplo, que atraerá también nuestra atención sobre otros aspectos de la investigación científica.
En la época de Galileo, y probablemente mucho antes, se sabía que una bomba aspirante que extrae agua de un pozo por medio de un pistón que se puede hacer subir por el tubo de la bomba, no puede elevar el agua arriba de 34 pies por encima de la superficie del pozo. Galileo se sentía intrigado por esta limitación y sugirió una explicación, que resultó, sin embargo, equivocada. Después de la muerte de Galileo, su discípulo Torricelli propuso una nueva respuesta. Argüía que la tierra está rodeada por un mar de aire, que por razón de su peso, ejerce presión sobre la superficie, y que esta presión ejercida sobre la superficie del pozo obliga al agua a ascender por el tubo de la bomba cuando hacemos subir el pistón. La altura máxima de 34 pies de la columna de agua expresa simplemente la presión total de la atmósfera sobre la superficie del pozo.
Evidentemente, es imposible determinar, por inspección u observación directa, si esta explicación es correcta, y Torricelli la sometió a contrastación por procedimientos indirectos. Su argumentación fue la siguiente: si la conjetura es verdadera, entonces la presión de la atmósfera sería capaz también de sostener una columna de mercurio proporcionalmente más corta; además, puesto que la gravedad específica del mercurio es aproximadamente 14 veces la del agua, la longitud de la columna de mercurio mediría aproximadamente 34/14 pies, es decir, algo menos de dos pies y medio. Comprobó esta implicación contrastadora por medio de un artefacto ingeniosamente simple, que era, en efecto, el barómetro de mercurio. El pozo de agua se sustituye por un recipiente abierto que contiene mercurio; el tubo de la bomba aspirante se sustituye por un tubo de cristal cerrado por un extremo. El tubo está completamente lleno de mercurio y queda cerrado apretando el pulgar contra el extremo abierto. Se invierte después el tubo, el extremo abierto se sumerge en el mercurio, y se retira el pulgar; la columna de mercurio desciende entonces por el tubo hasta alcanzar una altura de 30 pulgadas: justo como lo había previsto la hipótesis de Torricelli.
Posteriormente, Pascal halló una nueva implicación contrastadora de esta hipótesis. Argumentaba Pascal que si el mercurio del barómetro de Torricelli está contrapesado por la presión del aire sobre el recipiente abierto de mercurio, entonces la longitud de la columna disminuiría con la altitud, puesto que el peso del aire se hace menor. A requerimiento de Pascal, esta implicación fue comprobada por su cuñado, Périer, que midió la longitud de la columna de mercurio al pie del Puy-de-Dóme, montaña de unos 4.800 pies, y luego transportó cuidadosamente el aparato hasta la cima y repitió la medición allí, dejando abajo un barómetro de control supervisado por un ayudante. Périer halló que en la cima de la montaña la columna de mercurio era más de tres pulgadas menor que al pie de aquélla, mientras que la longitud de la columna en el barómetro de control no había sufrido cambios a lo largo del día.

3. El papel de la inducción en lainvestigación científica
Hemos examinado algunas investigaciones científicas en las cuales, ante un problema dado, se proponían respuestas en forma de hipótesis que luego se contrastaban derivando de ellas las apropiadas implicaciones contrastadoras, y comprobando éstas mediante la observación y la experimentación.
Pero, ¿cómo se llega en un principio a las hipótesis adecuadas? Se ha mantenido a veces que esas hipótesis se infieren de datosrecogidos con anterioridad por medio de un procedimiento llamado inferencia inductiva, en contraposición a la inferencia deductiva, de la que difiere en importantes aspectos.
En una argumentación deductivamente válida, la conclusión está relacionada de tal modo con las premisas que si las premisas son verdaderas entonces la conclusión no puede dejar de serlo. Esta exigencia la satisface, por ejemplo, una argumentación de la siguiente forma general:
Si p, entonces q.
No es el caso que q.
No es el caso que p.
No es necesaria una larga reflexión para ver que, independientemente de cuáles sean los enunciados concretos con que sustituyamos las letras p y q, la conclusión será, con seguridad, verdadera si las premisas lo son. De hecho, nuestro esquema representa la forma de inferencia llamada modus tollens, a la que ya nos hemos referido.El ejemplo siguiente es una muestra de otro tipo de inferenciadeductivamente válido:
Toda sal de sodio, expuesta a la llama de un mechero Bunsen, hace tomar a la llama un color amarillo. Este trozo de mineral es una sal de sodio.
---------------------------------------------------------------------------
Éste trozo de mineral, cuando se le aplique la llama de un mechero Bunsen, hará tomar a la llama un color amarillo.
De las argumentaciones de este último tipo se dice a menudo que van de lo general (en este caso, las premisas que se refieren a todas las sales de sodio) a lo particular (una conclusión referente a este trozo concreto de sal de sodio). Se dice a veces que, por el contrario, las inferencias inductivas parten de premisas que se refieren a casos particulares y llevan a una conclusión cuyo carácter es el de una ley o principio general. Por ejemplo, partiendo de premisas según las cuales cada una de las muestras concretas de varias sales de sodio que han sido aplicadas hasta ahora a la llama de un mechero Bunsen ha hecho tomar a la llama un color amarillo, la inferencia inductiva -se supone- lleva a la conclusión general de que todas las sales de sodio, cuando se les aplica la llama de un mechero Bunsen, tiñen de amarillo la llama. Pero es obvio que en este caso la verdad de las premisas no garantiza la verdad de la conclusión; porque incluso si es el caso que todas las muestras de sales de sodio hasta ahora examinadas vuelven amarilla la llama de Bunsen, incluso en ese caso, queda la posibilidad de que se encuentren nuevos tipos de sal de sodio que no se ajusten a esta generalización. Además, pudiera también ocurrir perfectamente que algunos de los tipos de sal de sodio que han sido examinados con resultado positivo dejen de satisfacer la generalización cuando se encuentren encondiciones físicas especiales (campos magnéticos muy intensos, o algo parecido), bajo las cuales no han sido todavía sometidas a prueba. Por esta razón, con frecuencia se dice que las premisas de una inferencia inductiva implican la conclusión sólo con un grado más o menos alto de probabilidad, mientras que las premisas de una inferencia deductiva implican la conclusión con certeza.
La idea de que, en la investigación científica, la inferencia inductiva que parte de datos recogidos con anterioridad conduce a principios generales apropiados aparece claramente en la siguiente descripción idealizada del proceder de un científico:
Si intentamos imaginar cómo utilizaría el método científico... una mente de poder y alcance sobrehumanos, pero normal en lo que se refiere a los procesos lógicos de su pensamiento, el proceso sería el siguiente: En primer lugar, se observarían y registrarían todos los hechos, sin seleccionarlos ni hacer conjeturas a priori acerca de su relevancia. En segundo lugar, se analizarían, compararían y clasificarían esos hechos observados y registrados, sin más hipótesis ni postulados que los que necesariamente supone la lógica del pensamiento. En tercer lugar, a partir de este análisis de los hechos se harían generalizaciones inductivas referentes a las relaciones, clasificatorias o causales, entre ellos. En cuarto lugar, las investigaciones subsiguientes serían deductivas tanto como inductivas, haciéndose inferencias a partir de generalizaciones previamente establecidas.
Este texto distingue cuatro estadios en una investigación científica ideal: (1).observación y registro de todos los hechos; (2) análisis y clasificación de éstos; (3) derivación inductiva de generalizaciones a partir de ellos, y (4) contrastación ulterior de las generalizaciones. Se hace constar explícitamente que en los dos primeros estadios no hay hipótesis ni conjeturas acerca de cuáles puedan ser las conexiones entre los hechos observados; esta restricción parece obedecer a la idea de que esas ideas preconcebidas resultarían tendenciosas y comprometerían la objetividad científica de la investigación.
Pero la concepción formulada en el texto que acabamos de citar -y a la que denominaré la concepción inductivista estrecha de la investigación científica- es insostenible por varias razones. Un breve repaso de éstas puede servirnos para ampliar y suplementar nuestras observaciones anteriores sobre el modo de proceder científico.
En primer lugar, una investigación científica, tal como ahí nos la presentan, es impracticable. Ni siquiera podemos dar el primer paso, porque para poder reunir todos los hechos tendríamos que esperar, por decirlo así, hasta el fin del mundo; y tampoco podemos reunir todos los hechos dados hasta ahora, puesto que éstos son infinitos tanto en número como en variedad. ¿Hemos de examinar, por ejemplo, todos los granos de arena de todos los desiertos y de todas las playas, y hemos de tomar nota de su forma, de su peso, de su composición química, de las distancias entre uno y otro, de su temperatura constantemente cambiante y de su igualmente cambiante distancia al centro de la Luna? ¿Hemos de registrar los pensamientos fluctuantes que recorren nuestra mente en los momentos de cansancio? ¿Las formas de las nubes que pasan sobre nosotros, el color cambiante del cielo? ¿La forma y la marca de nuestros utensilios de escritura? ¿Nuestras biografías y las de nuestros colaboradores? Después de todo, todas estas cosas, y otras muchas, están entre «los hechos que se han dado hasta ahora».
Pero cabe la posibilidad de que lo que se nos exija en esa primera fase de la investigación científica sea reunir todos los hechos relevantes. Pero ¿relevantes con respecto a qué? Aunque el autor no hace mención de este punto, supongamos que la investigación se refiere a un problema específico. ¿Es que no empezaríamos, en ese caso, haciendo acopio de todos los hechos...o, mejor, de todos los datos disponibles que sean relevantes para ese problema? Esta noción no está todavía clara. Semmelweis intentaba resolver un problema específico, y, sin embargo, en diferentes etapas de su indagación, reunió datos completamente heterogéneos. Y con razón; porque el tipo concreto de datos que haya que reunir no está determinado por el problema que se está estudiando, sino por el intento de respuesta que el investigador trata de darle en forma de conjetura o hipótesis. Sí suponemos que las muertes por fiebre puerperal se incrementan a causa de la aparición terrorífica del sacerdote y su acólito con la campanilla de la muerte, habría que reunir, como datos relevantes, los que se produjeran como consecuencia del cambio de recorrido del presbítero; hubiera sido, en cambio, completamente irrelevante comprobar lo que sucedería si los médicos y los estudiantes se hubieran desinfectado las manos antes de reconocer a sus pacientes. Con respecto a la hipótesis de Semmelweis de la contaminación eventual, sin embargo, los datos del último tipo hubieran sido -es claro- relevantes, e irrelevantes por completo los del primero.
Los «hechos» 6 hallazgos empíricos, por tanto, sólo se pueden cualificar como lógicamente relevantes o irrelevantes por referencia a una hipótesis dada, y no por referencia a un problema dado.
Supongamos ahora que se ha propuesto una hipótesis H como intento de respuesta a un problema planteado en una investigación: ¿qué tipo de datos serían relevantes con respecto a H? Los ejemplos que hemos puesto al principio sugieren una respuesta: Un dato que hayamos encontrado es relevante con respecto a H si el que se dé o no se dé se puede inferir de H. Tomemos, por ejemplo, la hipótesis de Torricelli. Como vimos, Pascal infirió de ella que la columna de mercurio de un barómetro sería más corta sí transportásemos el barómetro a una montaña. Por tanto, cualquier dato en el sentido de que este hecho se había producido en un caso concreto es relevante para las hipótesis; pero también lo sería el dato de que la longitud de la columna de mercurio había permanecido constante o que había decrecido y luego había aumentado durante la ascensión, porque esos datos habrían refutado la implicación contrastadora de Pascal, y, por ende, la hipótesis de Torricelli. Los datos del primer tipo podrían ser denominados datos positiva o favorablemente relevantes a la hipótesis; los del segundo tipo serían datos negativa o desfavorablemente relevantes.En resumen: la máxima según la cual la obtención de datos debería realizarse sin la existencia de hipótesis antecedentes que sirvieran para orientarnos acerca de las conexiones entre los hechos que se están estudiando es una máxima que se autorrefuta, y a la que la investigación científica no se atiene. Al contrario: las hipótesis, en cuanto intentos de respuesta, son necesarias para servir de guía a la investigación científica. Esas hipótesis determinan, entre otras cosas, cuál es el tipo de datos que se han de reunir en un momento dado de una investigación científica.
Es interesante señalar que los científicos sociales que intentan someter a prueba una hipótesis que hace referencia al vasto conjunto de datos recogidos por la U. S. Bureauol the Census (Oficina Estadounidense del Censo) o por cualquier otra organización, de recogida de datos, se encuentran a veces con la contrariedad de que los valores de alguna variable que juega un papel central en la hipótesis no han sido registrados sistemáticamente. Esta observación no debe, desde luego, interpretarse como una crítica de la recogida de datos: los que se encuentran implicados en el proceso intentan sin duda seleccionar aquellos hechos que puedan resultar relevantes con respecto a futuras hipótesis; al hacerla, lo único que queremos es ilustrar la imposibilidad de reunir «todos los datos relevantes» sin conocimiento de las hipótesis con respecto a las cuales tienen relevancia esos datos.
Igual crítica podría hacérsele al segundo estadio que Wolfe distingue en. el pasaje citado. Un conjunto de «hechos» empíricos se puede analizar y clasificar de muy diversos modos, la mayoría de los cuales no serían de ninguna utilidad para una determinada investigación. Semmelweis podría haber clasificado a las mujeres ingresadas en la maternidad siguiendo criterios tales como la edad, lugar de residencia, estado civil, costumbres dietéticas, etc.; pero la información relativa a estos puntos no hubiera proporcionado la clave para determinar las probabilidades de que una paciente contrajera la fiebre puerperal. Lo que Semmelweis buscaba eran criterios que fueran significativos en este sentido; y a estos efectos, como él mismo acabó por demostrar, era esclarecedor fijarse en aquellas mujeres que se hallaban atendidas por personal médico cuyas manos estaban contaminadas; porque la mortalidad por fiebre puerperal tenía que ver con esta circunstancia, o con este tipo de pacientes.
Así, pues, para que un modo determinado de analizar y clasificar los hechos pueda conducir a una explicación de los fenómenos en cuestión debe estar basado en hipótesis acerca de cómo están conectados esos fenómenos; sin esas hipótesis, el análisis y la clasificación son ciegos.Nuestras reflexiones críticas sobre los dos primeros estadios de la investigación -tal como se nos presentan en el texto citado- descartan la idea de que las hipótesis aparecen sólo en el tercer estadio, por medio de una inferencia inductiva que parte de datos recogidos con anterioridad. Hemos de añadir, sin embargo, algunas otras observaciones a este respecto.
La inducción se concibe a veces como un método que, por medio de reglas aplicables mecánicamente, nos conduce desde los hechos observados a los correspondientes principios generales. En este caso, las reglas de la inferencia inductiva proporcionarían cánones efectivos del descubrimiento científico; la inducción sería un procedimiento mecánico análogo al familiar procedimiento para la multiplicación de enteros, que lleva, en un número finito de pasos predeterminados y realizables mecánicamente, al producto correspondiente. De hecho, sin embargo, en este momento no disponemos de ese procedimiento general y mecánico de inducción; en caso contrario, difícilmente estaría hoy sin resolver el muy estudiado problema del origen del cáncer. Tampoco podemos esperar que ese procedimiento se descubra algún día. Porque -para dar sólo una de las razones- las hipótesis y teorías científicas están usualmente formuladas en términos que no aparecen en absoluto en la descripción de los datos empíricos en que ellas se apoyan y a cuya explicación sirven. Por ejemplo, las teorías acerca de la estructura atómica y subatómica de la materia contienen términos tales como «átomo», «electrón», «protón», «neutrón», «funci6n psi», etc.; sin embargo, esas teorías están basadas en datos de laboratorio acerca de los espectros de diversos gases, trayectorias de partículas en las cámaras de niebla y deburbujas, Aspectos cuantitativos de ciertas reacciones químicas, etc., todos los cuales se pueden describir sin necesidad de emplear estos «términos teóricos». Las reglas de inducción, tal como se conciben en el texto citado, tendrían, por tanto, que proporcionar un procedimiento mecánico para construir, sobre la base de los datos con que se cuenta, una hipótesis o teoría expresada en términos de algunos conceptos completamente nuevos, que hasta ahora nunca se habían utilizado en la descripción de los datos mismos. Podemos estar seguros de que ninguna regla mecánica conseguirá esto. ¿Cómo podría haber, por ejemplo, una regla general que, aplicada a los datos de que disponía Galileo relativos a los límites de efectividad de las bombas de succión, produjera, mecánicamente, una hipótesis basada en el concepto de un mar de aire?
Cierto que se podrían arbitrar procedimientos mecánicos para «inferir» inductivamente una hipótesis sobre la base de una serie de datos en situaciones especiales, relativamente simples. Por ejemplo, si se ha medido la longitud de una barra de cobre a diferentes temperaturas, los pares resultantes de valores asociados de la temperatura y la longitud se pueden representar mediante puntos en un sistema plano de coordenadas, y se los puede unir con una curva siguiendo alguna regla determinada para el ajuste de curvas. La curva, entonces, representa gráficamente una hipótesis general cuantitativa que expresa la longitud de la barra como función específica de su temperatura. Pero nótese que esta hipótesis no contiene términos nuevos; es formulable en términos de los conceptos de temperatura y longitud, que son los mismos que se usan para describir los datos. Además, la elección de valores «asociados» de temperatura y longitud como datos presupone ya una hipótesis que sirve de guía; a saber, la hipótesis de que con cada valor de la temperatura está asociado exactamente un valor de la longitud de la barra de cobre, de tal modo que su longitud es únicamente función de su temperatura. El trazado mecánico de la curva sirve entonces tan sólo para seleccionar como apropiada una determinada función. Este punto es importante; porque supongamos que en lugar de una barra de cobre examinamos una masa de nitrógeno encerrada en un recipiente cilíndrico cuya tapadera es un pistón móvil, y que medimos su volumen a diferentes temperaturas. Si con esto intentáramos obtener a partir de nuestros datos una hipótesis general que representara el volumen del gas como una función de su temperatura, fracasaríamos, porque el volumen de un gas es, a la vez, una función de su temperatura y de la presión ejercida sobre él, de modo que, a la misma temperatura, el gas en cuestión puede tener diferentes volúmenes.
Así, pues, incluso en estos casos tan simples los procedimientos mecánicos para la construcción de una hipótesis juegan tan sólo un papel parcial, pues presuponen una hipótesis antecedente, menos específica (es decir, que una determinada variable física es una función de otra variable única), a la que no se puede llegar por el mismo procedimiento.
No hay, por tanto, «reglas de inducción» generalmente aplicables por medio de las cuales se puedan derivar o inferir mecánicamente hipótesis o teorías a partir de los datos empíricos. La transición de los datos a la teoría requiere imaginación creativa. Las hipótesis y teorías científicas no se derivan de los hechos observados, sino que se inventan para dar cuenta de ellos. Son conjeturas relativas a las conexiones que se pueden establecer entre los fenómenos que se están estudiando, a las uniformidades y regularidades que subyacen a éstos. Las «conjeturas felices» de este tipo requieren gran inventiva, especialmente si suponen una desviación radical de los modos corrientes del pensamiento científico, como era el caso de la teoría de la relatividad o de la teoría cuántica. El esfuerzo inventivo requerido por la investigación científica saldrá beneficiado si se está completamente familiarizado con los conocimientos propios de ese campo. Un principiante difícilmente hará un descubrimiento científico de importancia, porque las ideas que puedan ocurrírsele probablemente no harán más que repetir las que ya antes habían sido puestas a prueba o, en otro caso, entrarán en colisión con hechos o teorías comprobados de los que aquél no tiene conocimiento,
Sin embargo, los procesos mediante los que se llega a esas conjeturas científicas fructíferas no se parecen a los procesos de inferencia sistemática. El químico Kekulé, por ejemplo, nos cuenta que durante mucho tiempo intentó sin éxito hallar una fórmula de la estructura de la molécula de benceno hasta que, una tarde de 1865, encontró una solución a su problema mientras dormitaba frente a la chimenea. Contemplando las llamas, le pareció ver átomos que danzaban serpenteando. De repente, una de las serpientes se asió la cola y formó un anillo, y luego giró burlonamente ante él. Kekulé se despertó de golpe: se le había ocurrido la idea -ahora famosa y familiar- de representar la estructura molecular del benceno mediante un anillo hexagonal. El resto de la noche lo pasó extrayendo las consecuencias de esta hipótesis 7.
Esta última observación contiene una advertencia importante respecto de la objetividad de la ciencia. En su intento de encontrar una solución a su problema, el científico debe dar rienda suelta a su imaginación, y el curso de su pensamiento creativo puede estar influido incluso por nociones científicamente discutibles. Por ejemplo, las investigaciones de Kepler acerca del movimiento de los planetas estaban inspiradas por el interés de aquél en una doctrina mística acerca de los números y por su pasión por demostrar la música de las esferas. Sin embargo, la objetividad científica queda salvaguardada por el principio de que, en la ciencia, si bien lashipótesis y teorías pueden ser libremente inventadas y propuestas, sólo pueden ser aceptadas e incorporadas al corpus del conocimiento científico si resisten la revisión crítica, que comprende, en particular, la comprobación, mediante cuidadosa observación y experimentación, de las apropiadas implicaciones contrastadoras.
Es interesante señalar que la imaginación y la libre invención juegan un papel de importancia similar en aquellas disciplinas cuyos resultados se validan mediante el razonamiento deductivo exclusivamente; por ejemplo, en matemáticas. Porque las reglas de la inferencia deductiva no proporcionan, tampoco, reglas mecánicas de descubrimiento. Tal como lo ilustraba nuestra formulación, en las páginas anteriores, del modus tollens, estas reglas se expresan por lo general en forma de esquemas generales: y cada ejemplificación de esos esquemas generales constituye una argumentación deductivamente válida. Dadas unas premisas concretas, ese esquema nos señala el modo de llegar a una consecuencia lógica. Pero, dado cualquier conjunto de premisas, las reglas de la inferencia deductiva señalan una infinidad de conclusiones válidamente deducibles. Tomemos, por ejemplo, una regla muy simple representada por el siguiente esquema:
p p o q
La regla nos dice, en efecto, que de la proposición según la cual es el caso que p, se sigue que es el caso que p o q, siendo p y q pro. posiciones cualesquiera. La palabra «o» se entiende aquí en su sentido «no exclusivo», de modo que decir «p o q» es lo mismo que decir «o p o q o ambos a la vez». Es claro que si las premisas de una argumentación de este tipo son verdaderas, entonces la conclusión debe serlo también; por tanto, cualquier razonamiento que tenga esta forma es un razonamiento válido. Pero esta regla, por sí sola, nos autoriza a inferir consecuencias infinitamente diferentes a partir de una sola premisa. Así, por ejemplo, de «la Luna no tiene atmósfera», nos autoriza a inferir un enunciado cualquiera de la forma «la Luna no tiene atmósfera o q», donde, en lugar de q, podemos escribir un enunciado cualquiera, sea verdadero o falso; por ejemplo, la atmósfera de la Luna es muy tenue», «la Luna está deshabitada», «el oro es más denso que la plata», «la plata es más densa que el oro», etc. (Es interesante -y no resulta nada difícil- probar que en Castellano se pueden construir infinitos enunciados diferentes; cada uno de ellos puede servir para sustituir a la variable q.) Hay, desde luego, otras reglas de la, inferencia deductiva que hacen «Mucho mayor la variedad de enunciados derivables de una premisa o conjunto de premisas. Por tanto, dado un conjunto de enunciados tomados como premisas, las reglas de deducción no marcan una dirección fija a nuestros procedimientos de inferencia. No nos señalan un enunciado como «la» conclusión que ha de derivarse de nuestras premisas, ni nos indican cómo obtener conclusiones interesantes o importantes desde el punto de vista sistemático; no proporcionan un procedimiento mecánico para, por ejemplo, derivar teoremas matemáticos significativos a partir de unos postulados dados. El descubrimiento de teoremas matemáticos importantes, fructíferos, al igual que el descubrimiento de teorías importantes, fructíferas, en la ciencia empírica, requiere habilidad inventiva, exige capacidad imaginativa, penetrante, de hacer conjeturas. Pero, además, los intereses de la objetividad científica están salvaguardados por la exigencia de una validación objetiva de esas conjeturas. En matemáticas esto quiere decir prueba por derivación deductiva a partir de los axiomas. Y cuando se ha propuesto como conjetura una proposición matemática, su prueba o refutación requiere todavía inventiva y habilidad, muchas veces de gran altura; porque las reglas de la inferencia deductiva no proporcionan tampoco un procedimiento mecánico general para construir pruebas, o refutaciones. Su papel sistemático es más modesto: servir como criterios de corrección de las argumentaciones que se ofrecen ~o pruebas; una argumentación constituirá una prueba matemática. válida si llega desde los axiomas hasta el teorema propuesto mediante una serie de pasos, todos los cuales son válidos de acuerdo con alguna de las reglas de la inferencia deductiva. Y comprobar si un argumento dado es una prueba válida en este sentido sí que es una tarea puramente mecánica.
Así, pues, como hemos visto, al conocimiento científico no se llega aplicando un procedimiento inductivo de inferencia a datos recogidos con anterioridad, sino más bien mediante el llamado «método de las hipótesis», es decir, inventando hipótesis a título de intentos de respuesta a un problema en estudio, y sometiendo luego éstas a la contrastación empírica. Una parte de esa contrastación la constituirá el ver si la hipótesis está confirmada por cuantos datos relevantes hayan podido ser obtenidos antes de -la formulación de aquélla; una hipótesis aceptable tendrá que acomodarse a los datos relevantes con que ya se contaba. Otra parte de la contrastación consistirá en derivar nuevas implicaciones contrastadoras a partir de la hipótesis, y comprobarlas mediante las oportunas observaciones o experiencias. Como antes hemos señalado, unacontrastación con resultados favorables, por amplia que sea, no establece una hipótesis de modo concluyente, sino que se limita a proporcionarle un grado mayor o menor de apoyo. Por tanto, aunque la investigación científica no es inductiva en el sentido estrecho que hemos examinado, con algún detalle, se puede decir que es inductiva en un sentido más amplio, en la medida en que supone la aceptación de hipótesis sobre la base de datos que no las hacen deductivamente concluyentes, sino que sólo les proporcionan un «apoyo inductivo» más o menos fuerte, un mayor o menor grado de confirmación. Y las «reglas de inducción» han de ser concebidas, en cualquier caso, por analogía con las reglas de deducción, como cánones de validación, más bien que de descubrimiento. Lejos de generar una hipótesis que da cuenta de los resultados empíricos dados, esas reglas presuponen que están dados, por una parte, los datos empíricos que forman las «premisas» de la «inferencia inductiva» y, por otra parte, una hipótesis de tanteo que constituye su «conclusión». Lo que harían las reglas de inducción sería, entonces, formular criterios de corrección de la inferencia. Según algunas teorías de la inducción, las reglas determinarían la fuerza del apoyo que los datos prestan a la hipótesis, y pueden expresar ese apoyo en términos de probabilidades. En los Capítulos 3 y 4 estudiaremos varios factores que influyen en el apoyo inductivo y en la aceptabilidad de las hipótesis científicas.


3. LA CONTRASTACIÓN DE UNA HIPÓTESIS: SU LÓGICA Y SU FUERZA
1. Contrastaciones experimentales versus contrastaciones no experimentales
Vamos a examinar ahora más de cerca el razonamiento en que se basan las contrastaciones científicas y las conclusiones que se pueden extraer de sus resultados. Como hemos hecho antes, emplearemos la palabra «hipótesis» para referirnos a cualquier enunciado que esté sometido a contrastación, con independencia de si se propone describir algún hecho o evento concreto o expresar una ley general o alguna otra proposición más compleja.Empecemos haciendo una observación muy simple, a la cual tendremos que referirnos con frecuencia en lo que sigue: las implicaciones contrastadoras de una hipótesis son normalmente de carácter condicional; nos dicen que bajo condiciones de contrastación especificadas se producirá un resultado de un determinado tipo. Los enunciados de este tipo se pueden poner en forma explícitamente condicional del siguiente modo:
Si se dan las condiciones de tipo C, entonces se producirá un acontecimiento de tipo E.
Por ejemplo, una de las hipótesis consideradas por Semmelweis daba lugar a la implicación contrastadora
Si las pacientes de la División Primera se tienden de lado, entonces decrecerá la mortalidad por fiebre puerperal.
Y una de las implicaciones contrastadoras de su hipótesis fi miel era
Si las personas que atienden a las mujeres de la División Primera se lavaran las manos en una solución de cal clorurada, entonces decrecería la mortalidad por fiebre puerperal.
De modo similar, las implicaciones contrastadoras de la hipótesis de Torricelli incluían enunciados condicionales tales como
Si transportamos un barómetro de Torricelli a una altura cada vez mayor, entonces su columna de mercurio tendrá cada vez menor longitud.
Estas implicaciones contrastadoras son, entonces, implicadores en un doble sentido: son implicaciones de las hipótesis de las que se derivan, y tienen la forma de enunciados compuestos con «si... entonces», que en lógica se llaman condicionales o implicaciones materiales.En cada uno de los tres ejemplos citados, las condiciones especificadas de contrastación, C, son tecnológicamente reproducibles y se pueden, por tanto, provocar a voluntad; y la reproducción de estas condiciones supone un cierto control de un factor (posición durante el parto; ausencia o presencia de materia infecciosa; presión de la atmósfera) que, de acuerdo con la hipótesis en cuestión tiene una influencia sobre el fenómeno en estudio (es decir, incidencia de la fiebre puerperal, en los dos primeros casos; longitud de la columna de mercurio, en el tercero). Las implicaciones contrastadoras de este tipo proporcionan la base para una contrastación experimental, que equivale a crear las condiciones C y comprobar luego si E se produce tal y como la hipótesis implica.
Muchas hipótesis científicas se formulan en términos cuantitativos. En el caso más simple representarán, por tanto, el valor de una variable cuantitativa como función matemática de otras determinadas variables. Así, la ley clásica de los gases, V = c-TIP, representa el volumen de una masa de gas como función de su temperatura y de su presión (c es un factor constante). Un enunciado de este tipo da lugar a infinitas implicaciones contrastadoras cuantitativas. En nuestro ejemplo, éstas tendrán la forma siguiente: si la temperatura de una masa de gas es TI y su presión es PI, entonces su volumen es c.TIP. Y una contrastación experimental consiste, entonces, en variar los valores de las variables «independientes» y comprobar si la variable «dependiente» asume los valores implicados por la hipótesis.
Cuando el control experimental es imposible, cuando las condiciones C mencionadas en la implicación contrastadora no pueden ser provocadas o variadas por medios tecnológicos disponibles, entonces habrá que contrastar la hipótesis de un modo no experimental, buscando o esperando que se produzcan casos en que esas condiciones especificadas se den espontáneamente, y comprobando luego si E se produce también.Se dice a veces que en la contrastación experimental de una hipótesis cuantitativa, las cantidades mencionadas en la hipótesis sólo se varían de una en una, permaneciendo constantes todas las demás condiciones. Pero esto es imposible. En una contrastación experimental de la ley de los gases, por ejemplo, se puede variar la presión mientras la temperatura se mantiene constante, o viceversa, pero hay muchas otras circunstancias que pueden cambiar durante el proceso, entre ellas, quizá, la humedad relativa, la brillantez de la iluminación y la fuerza del campo magnético en el laboratorio, y, desde luego, la distancia entre el cuerpo y el Sol o la Luna. Y tampoco hay ninguna razón para mantener constantes hasta donde sea posible estos factores, si lo que se propone el experimento es contrastar la ley de los gases tal como se ha especificado. Porque la ley. afirma que el volumen de una masa determinada de gas está totalmente determinado por su temperatura y su presión. Ella implica, por tanto, que los otros factores son «irrelevantes con respecto al volumen», en el sentido de que los cambios que se produzcan en ellos no influyen en el volumen del gas. Por tanto, si hacemos que esos otros factores varíen, lo que hacemos es explorar una gama más amplia de casos en busca de posibles violaciones de la hipótesis que estamos sometiendo a contrastación.La experimentación, sin embargo, se utiliza en la ciencia no sólo como un método de contrastación, sino también como un método de descubrimiento; y en este segundo contexto, como veremos, tiene sentido la exigencia de que ciertos factores se mantengan constantes.
Los experimentos de Torricelli y de Périer ilustran el uso de la experimentación como método de contrastación. En estos casos, va se ha propuesto antes una hipótesis, y el experimento se lleva a cabo para someterla a contrastación. En otros casos, en los que todavía no se ha propuesto ninguna hipótesis específica, el científico puede partir de una conjetura aproximativa, y puede utilizar la experimentación para que le conduzca a una hipótesis más definida. Al estudiar cómo un hilo metálico se alarga al suspender de él un peso, puede conjeturar que el incremento en la longitud dependerá de, la longitud inicial del hilo, de su sección transversal, del tipo de metal de que está hecho y de los pesos del cuerpo suspendido de él. Y puede después llevar a cabo experimentos para determinar si estos factores tienen influencia sobre el aumento de longitud (en este caso, la experimentación sirve como método de contrastación), y, si ocurre así, cómo influyen éstos sobre la «variable dependiente» -es decir, cuál es la forma matemática específica de la dependencia (en este caso, la experimentación sirve como un método de descubrimiento). Sabiendo que la longitud de un alambre varía también con la temperatura, el experimentador, antes de nada, mantendrá la temperatura constante, para eliminar la influencia perturbadora de este factor (aunque más adelante puede hacer variar sistemáticamente la temperatura para ver si los valores de ciertos parámetros en las funciones que conectan el incremento en longitud con los demás factores dependen de la temperatura). En sus experimentos a temperaturas constantes hará variar de uno en uno los factores que estima relevantes, manteniendo constantes los demás. Sobre la base de los resultados así obtenidos formulará intentos de generalización que expresen el incremento en longitud como función de la longitud inicial, del peso, etc.; y a partir de aquí, puede proceder a construir una fórmula más general que represente el incremento en longitud como función de todas las variables examinadas.
Así, pues, en casos de este tipo, en los que la experimentación juega un papel heurístico, un papel de guía en el descubrimiento de hipótesis, tiene sentido el principicio de que se han de mantener constantes todos los «factores relevantes», excepto uno. Pero, por supuesto, lo más que se puede hacer es mantener constantes todos menos uno de los factores que se presumen «relevantes», en el sentido de que afectan al fenómeno que estamos estudiando: queda siempre la posibilidad de que se hayan pasado por alto algunos otros factores importantes.
Una de las características notables y una de las grandes ventajas de la ciencia natural es que muchas de sus hipótesis admiten una contrastación experimental. Pero no se puede decir que la contrastación experimental de hipótesis sea un rasgo distintivo de todas, y sólo, las ciencias naturales. Ella no establece una línea divisoria entre la ciencia natural y la ciencia social, porque los procedimientos de contrastación experimental se utilizan también en psicología y, aunque en menor medida, en sociología. Por otra parte, el alcance de la contrastación experimental aumenta constantemente a medida que se van poniendo a punto los recursos tecnológicos necesarios. Además, no todas las hipótesis de las ciencias naturales son susceptibles de contrastación experimental. Tomemos, por ejemplo, la ley formulada por Leavitt y Shapley para las fluctuaciones periódicas en la luminosidad de un cierto tipo de estrella variable, las llamadas Cefeidas clásicas. La ley afirma que cuanto más largo es el período P de la estrella, es decir, el intervalo de tiempo entre dos estados sucesivos de máxima luminosidad, tanto mayor es su luminosidad intrínseca; en términos cuantitativos, M = - (a + b . log P), donde M es la magnitud, que por definición varía inversamente a la luminosidad de la estrella. Esta ley implica deductivamente un cierto número de enunciados de contrastación que expresan cuál será la magnitud de una Cefeida si su período tiene este o aquel valor concreto, por ejemplo, 5,3 días o 17,5 días. Pero no podemos producir a voluntad Cefeidas con períodos específicos; por tanto, la ley no se puede contrastar mediante un experimento, sino que el astrónomo debe buscar por el firmamento nuevas Cefeidas y debe intentar averiguar si su magnitud y su período se adaptan a esa ley presupuesta.
2. El papel de las hipótesis auxiliares
Hemos dicho antes que las implicaciones contrastadoras «se derivan» o «se infieren» de la hipótesis que se ha de contrastar. Esta afirmación, sin embargo, describe de una manera muy rudimentaria la relación entre una hipótesis y los enunciados que constituyen sus implicaciones contrastadoras. En algunos casos, ciertamente, es posible inferir deductivamente a partir de una hipótesis ciertos enunciados condicionales que puedan servirle de enunciados contrastadores. Así, como acabamos de ver, la ley de Leavitt-Shapley implica deductivamente enunciados de la forma: «Si la estrella s es una Cefeida con un período de tantos días, entonces su magnitud será tal y tal.» Pero ocurre con frecuencia que la «derivación» de una implicación contrastadora es menos simple y concluyente. Tomemos, por ejemplo, la hipótesis de Semmelweis de que la fiebre puerperal está producida por la contaminación con materia infecciosa, y consideremos la implicación contrastadora de que si las personas que atienden a las pacientes se lavan las manos en una solución de cal dorurada, entonces decrecerá la mortalidad por fiebre puerperal. Este enunciado no se sigue deductivamente de la hipótesis sola; su derivación presupone la premisa adicional de que, a diferencia del agua y el jabón por sí solos, una solución de cal clorural destruirá la materia infecciosa. Esta premisa, que en la argumentación se da implícitamente por establecida, juega el papel de lo que llamaremos Supuesto auxiliar o hipótesis auxiliar en la derivación del enunciado contrastador a partir de la hipótesis de Semmelweis. Por tanto, no estamos autorizados a afirmar aquí que si la hipótesis H es verdadera, entonces debe serlo también la implicación contrastadora I, sino sólo que si H y la hipótesis auxiliar son ambas verdaderas, entonces también lo será I. La confianza en las hipótesis auxiliares, como veremos, es la regla, más bien que la excepción, en la contrastación de hipótesis científicas; y de ella se sigue una consecuencia importante para la cuestión de si se puede sostener que un resultado desfavorable de la contrastación, es decir, un resultado que muestra que I es falsa, refuta la hipótesis sometida a investigación.
Si H sola implica I y si los resultados empíricos muestran que I es falsa, entonces H debe ser también calificada de falsa: esto lo concluimos siguiendo la argumentación llamada modus tollens (2a). Pero cuando I se deriva de H y de una o más hipótesis auxiliares A, entonces el esquema (2a) debe ser sustituido por el siguiente:
Si H y A son ambas verdaderas, entonces también lo es I. Pero (como se muestra empíricamente) I no es verdadera.
----------------------------------------------------
H y A no son ambas verdaderas.
Así, pues, si la contrastación muestra que I es falsa, sólo podemos inferir que o bien la hipótesis o bien uno de los supuestos auxiliares incluidos en A debe ser falso; por tanto, la contrastación no proporciona una base concluyente para rechazar H. Por ejemplo, aunque la medida antiséptica tomada por Semmelweis no hubiera ido seguida de un descenso en la mortalidad, su hipótesis podía haber seguido siendo verdadera; el resultado negativo de la contrastación podía haber sido debido a la ineficacia antiséptica del cloruro de la solución de cal.
Una situación de este tipo no es una mera posibilidad abstracta. El astrónomo Tycho Brahe, cuyas cuidadosas observaciones proporcionaron la base empírica para las leyes del movimiento planetario de Kepler, rechazó la concepción copernicana de que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Dio, entre otras, la siguiente razón: si la hipótesis de Copérnico fuera verdadera, entonces la dirección en que una estrella fija sería visible para un observador situado en la Tierra en un momento determinado del día cambiaría gradualmente; porque en el curso del viaje anual de la Tierra alrededor del Sol, la estrella sería observada desde un punto constantemente cambiante del mismo modo que un niño montado en un tiovivo observa la cara de un espectador desde un punto cambiante y, por tanto, la ve en una dirección constantemente cambiante. Más específicamente la dirección definida por el observador y la estrella variaría periódicamente entre dos extremos, que corresponderían a puntos opuestos de la órbita de la Tierra en torno al Sol. El ángulo subtendido por estos puntos se denomina paralaje anual de la estrella; cuanto más lejos está la estrella de la Tierra, tanto menor sea su paralaje. Brabe, que hizo sus observaciones con anterioridad a la introducción del telescopio, buscó, con los instrumentos más precisos de que disponía, un testimonio empírico de esos «movimientos paralácticos» de las estrellas fijas. Y no encontró ninguno. En consecuencia, rechazó la hipótesis de que la Tierra se movía. Pero la implicación contrastadora según la cual las estrellas fijas muestran movimientos paralácticos observables sólo se podía derivar de la hipótesis de Copérnico con la ayuda del supuesto auxiliar de que las estrellas fijas están tan próximas a la Tierra que sus movimientos son lo, suficientemente amplios como para que los instrumentos de Brahe puedan detectarlos. Brahe era consciente de que estaba contando con este supuesto auxiliar, y creía que había razones para considerarlo verdadero; por tanto, se sintió obligado a rechazar la concepción copernicana. Desde entonces se ha descubierto que las estrellas fijas muestran desplazamientos paralácticos, pero que la hipótesis auxiliar de Brahe era errónea: incluso las estrellas fijas más cercanas están mucho más lejos de lo que él había supuesto, y, por tanto, las medidas de las paralajes requieren telescopios poderosos y técnicas muy precisas. La primera medición universalmente aceptada de una paralaje estelar no se hizo hasta 1838.
La importancia de las hipótesis auxiliares en la contrastación llega todavía más lejos. Supongamos que se contrasta una hipótesis H poniendo a prueba una implicación contrastadora, «Si C, entonces E», derivada a partir de H y de un conjunto A de hipótesis auxiliares. La contrastación, entonces, viene a consistir, en último término, en comprobar si E ocurre o no en una situación contrastadora en la que cuando menos por lo que el investigador sabe si se dan las condiciones C. Sí de hecho este no es el caso -si, por ejemplo, el material de la prueba es defectuoso, o no suficientemente fino-, entonces puede ocurrir que no se dé E, aunque H y A sean verdaderas. Por esta razón, se puede decir que el conjunto completo de supuestos auxiliares presupuestos por la contrastación incluye la suposición de que la organización de la prueba satisface las condiciones especificadas H.Este punto es particularmente importante cuando la hipótesis que se está sometiendo a examen ha resistido bien otras contrastaciones a las que ha sido sometida anteriormente y constituye una parte esencial de un sistema más amplío de hipótesis interconectadas apoyado por otros testimonios empíricos distintos. En ese caso, se hará, verosímilmente, un esfuerzo por explicar el hecho de que no se haya producido mostrando que algunas de las condiciones C no estaban satisfechas en la prueba. Tomemos como ejemplo la hipótesis de que las cargas eléctricas tienen una estructura atómica y son todas ellas múltiplos enteros de la carga del átomo de electricidad, el electrón. Los experimentos llevados a cabo a partir de 1909 por R. A. Millikan prestaron a esta hipótesis un apoyo notable. En estos experimentos, la carga eléctrica de una gota extremadamente pequeña de algún líquido tal como aceite o mercurio se determinaba midiendo las velocidades de las gotitas al caer por el influjo de la gravedad o al elevarse bajo la influencia de un campo magnético que actuaba en dirección opuesta. Millikan observó que todas las cargas eran o bien iguales a una cierta carga mínima básica, o bien múltiplos enteros de esta misma carga mínima, que él entonces identificó como la carga del electrón. Sobre la base de numerosas mediciones muy cuidadosas, dio su valor en unidades electrostáticas: 4,774 X 10 (-10). Esta hipótesis fue pronto discutida desde Viena por el físico Ehrenhaft, quien anunció que había repetido el experimento de Millikan y había encontrado cargas queeran considerablemente menores que la carga electrónica especificada por Millikan. En su discusión de los resultados de Ehrenhaft, Millikan sugirió varias fuentes posibles de error (es decir, violaciones de los requisitos de la contrastación) que podían explicar los resultados empíricos, aparentemente adversos, de Elirenhaft: evaporación durante la observación, que haría disminuir el peso de una gota; formación de una película de óxido en las gotas de mercurio utilizadas en algunos de los experimentos de Ehrenhaft; influencia perturbadora de partículas de polvo suspendidas en el aire; desviación de las gotas del foco del telescopio utilizado para observarlas; pérdida, por parte de muchas de las gotas, de la forma esférica requerida; errores inevitables en el cronometraje de los movimientos de las pequeñas partículas. Con respecto a dos partículas «aberrantes», observadas y registradas por otro investigador, Millikan concluye: La única interpretación posible en lo que se refiere a estas dos partículas ... es que ... no eran esferas de aceite», sino partículas de polvo (pp. 170, 169). Millikan observa después que los resultados de repeticiones más precisas de su propio experimento estaban esencialmente de acuerdo con el resultado que él había anudado de antemano. Ehrenhaft continuó durante muchos años defendiendo y ampliando sus datos concernientes a las cargas subelectrónicas; pero hubo otros físicos que no fueron, en general, capaces de reproducir sus resultados, y la concepción atomística de la carga eléctrica se mantuvo. Se descubrió más tarde, sin embargo, que el valor numérico que Millikan dio para la carga electrónica pecaba ligeramente por defecto; es interesante señalar que la desviación era debida a un error en una de las propias hipótesis auxiliares de Millikan: ¡había utilizado un valor demasiado bajo para la viscosidad del aire al evaluar los datos relativos a su, gota de aceite!
3. Contrastaciones cruciales
Las observaciones anteriores tienen importancia también para la idea de una contrastación crucial, que se puede describir brevemente del siguiente modo: supongamos que H, y H2 son dos hipótesis rivales relativas al mismo asunto que hasta el momento han superado cm el mismo éxito las contrastaciones empíricas, de modo que los testimonios disponibles no favorecen a una de ellas más que a la otra. Entonces es posible encontrar un modo de decidir entre las dos si se puede determinar alguna contrastación con respecto a la cual H1 y H2 predigan resultados que están en conflicto; es decir, si, dado cierto tipo de condición de contrastación, C, la primera hipótesis da lugar a la implicación contrastadora «Si C, entonces E1», y la segunda «Si C, entonces E2», donde E1 y E2 son resultados que se excluyen mutuamente. La ejecución de esa contrastación refutará presumiblemente una de las hipótesis y prestará su apoyo a la otra.
Un ejemplo clásico lo constituye el experimento realizado por Foucault para decidir entre dos concepciones rivales de la naturaleza de la luz. Una de ellas, propuesta por Huyghens y desarrollada después por Fresnel y Young, sostenía que la luz consiste en ondas transversales que se propagan en un medio elástico, el éter; la otra era la concepción corpuscular de Newton, según la cual la luz se compone de partículas extremadamente pequeñas que se desplazan a alta velocidad. Cualquiera de estas dos concepciones admitía la conclusión de que los rayos de luz cumplen las leyes de la propagación rectilínea, de la reflexión y de la refracción. Pero la concepción ondulatoria llevaba además a la implicación de que la luz viajaría con mayor rapidez en el aire que en el agua, mientras que la concepción corpuscular conducía a la conclusión opuesta. En 1850 Foucault consiguió realizar un experimento en el que se comparaban directamente las velocidades de la luz en el aire y en el agua. Se producían imágenes de dos puntos emisores de luz por medio de rayos luminosos que pasaban, respectivamente, a través del agua y a través del aire y se reflejaban luego en un espejo que giraba muy rápidamente. La imagen de la primera fuente de luz aparecería a la derecha o a la izquierda de la de la segunda, según que la velocidad de la luz en el aire fuera mayor o menor que en el agua. Las implicaciones contrastadoras rivales que se trataba de someter a prueba mediante este experimento podrían expresarse brevemente de este modo: «Si se lleva a cabo el experimento de Foucault, entonces la primera imagen aparecerá a la derecha de la segunda» y «si se lleva a cabo el experimento de Foucault, entonces la primera imagen aparecerá a la izquierda de la segunda». El experimento mostró que la primera de estas implicaciones era verdadera.
Se consideró que este resultado constituía una refutación definitiva de la concepción corpuscular de la luz y una vindicación decisiva de la ondulatoria. Pero esta estimación, aunque muy natural, sobrevaloraba la fuerza de la contrastación. Porque el enunciado de que la luz viaja con mayor rapidez en el agua que en el aire no se sigue simplemente de la concepción general de los rayos de luz como chorros de partículas; esta concepción por sí sola es demasiado vaga como para llevar a consecuencias cuantitativas específicas. Implicaciones tales como las leyes de reflexión y refracción y el enunciado acerca de las velocidades de la luz en el aire y en el agua sólo se pueden derivar si a la concepción corpuscular general se le añaden supuestos específicos concernientes al movimiento de los corpúsculos y a la influencia ejercida sobre ellospor el medio que los rodea. Newton hizo explícitos esos supuestos, y al hacerlo, estableció una teoría concreta sobre la propagación de la luz. Es el conjunto completo de estos principios teoréticos básicos el que conduce a consecuencias empíricamente contrastables tal como la que comprobó Foucault con su experimento. De manera análoga, la concepción ondulatoria estaba formulada como una teoría basada en un conjunto de supuestos específicos acerca de la propagación de las ondas de éter en diferentes medios ópticos; y, una vez más, es este conjunto de principios teoréticos el que implica las leyes de reflexión y refracción y el enunciado de que la velocidad de la luz es mayor en el aire que en el agua. En consecuencia -suponiendo que todas las demás hipótesis auxiliares sean verdaderas-, el resultado de los experimentos de Foucault sólo nos autoriza a inferir que no todos los supuestos básicos o los principios de la teoría corpuscular son verdaderos, que al menos uno de ellos tiene que ser falso. Pero no nos dice cuál de ellos hemos de rechazar. Por tanto, deja abierta la posibilidad de que la concepción general de que hay una especie ¡de proyectiles corpusculares que juegan un papel en la propagación de a luz pueda mantenerse en alguna forma modificada que estaría caracterizada por un conjunto diferente de leyes básicas.
Y de hecho, en 1905, Einstein propuso una versión modificada de la concepción corpuscular en su teoría de los quanta de luz o fotones, como se les llamó. El testimonio que él citó en apoyo de su teoría incluía un experimento realizado por Lenard en 1903. Einstein lo caracterizó como «un segundo experimento crucial» concerniente a las concepciones corpuscular y ondulatoria, y señaló que «eliminada» la teoría ondulatoria clásica, en la que por entonces la noción de vibraciones elásticas en el éter había sido sustituida por la idea, desarrollada por MaxweIl y Hertz, de ondas electromagnéticas transversales. El experimento de Lenard, que involucraba el efecto fotoeléctrico, se podía interpretar como si con él se estuvieran sometiendo a contrastación dos implicaciones rivales concernientes a la energía luminosa que un punto radiante P puede transmitir, durante una determinada unidad de tiempo, a una pequeña pantalla perpendicular los rayos de luz. Según la teoría ondulatoria clásica, esa energía decrecería de forma gradual y continua hacia cero a medida que la pantalla se alejara del punto P; según la teoría del fotón, esa energía debe ser, como mínimo, la de un solo fotón -a menos que durante el intervalo de tiempo dado ningún fotón choque contra la pantalla, pues en ese caso la energía recibida sería cero; por tanto, no habría un decrecimiento continuo hasta cero. El experimento de Lenard corroboró esta última alternativa. Tampoco, sin embargo, resultó la teoría ondulatoria definitivamente refutada; el resultado del experimento mostraba sólo que era necesaria alguna modificación en el sistema de supuestos básicos de la teoría ondulatoria. De hecho, Einstein intentó modificar la teoría clásica lo menos posible. Así, pues, un experimento del tipo de los que acabamos de ilustrar no puede estrictamente refutar una de entre dos hipótesis rivales.
Pero tampoco puede «probar» o establecer definitivamente la otra; porque, como se señaló en general en la Sección 2 del Capítulo 2, las hipótesis y las teorías científicas no pueden ser probadas de un modo concluyente por ningún conjunto de datos disponibles, por muy precisos y amplios que sean. Esto es particularmente obvio en el caso de hipótesis o teorías que afirman o implican leyes generales, bien para algún proceso que no es directamente observable -como en el caso de las teorías rivales de la luz-, bien para algún fenómeno más fácilmente accesible a la observación y a la medición, tal como la caída libre de los cuerpos. La ley de Galileo, por ejemplo, se refiere a todos los casos de caída libre en el pasado, en el presente y en el futuro, mientras que todos los datos relevantes disponibles en un momento dado pueden abarcar sólo aquel relativamente pequeño conjunto de casos -todos ellos pertenecientes al pasado- en los que se han efectuado mediciones cuidadosas. E incluso si se encontrara que todos los casos observados satisfacían estrictamente la ley de Galileo, esto obviamente no excluye la posibilidad de que algunos casos no observados en el pasado o en el futuro dejen de ajustarse a ella. En suma: ni siquiera la más cuidadosa y amplia contrastación puede nunca refutar una de entre dos hipótesis y probar la otra; por tanto, estrictamente interpretados, los experimentos cruciales son imposibles en la ciencia. Sin embargo, un experimento como los de Foucault o Lenard puede ser crucial en un sentido menos estricto, práctico: puede mostrar que una de entre dos teorías rivales es inadecuada en importantes aspectos, y puede proporcionar un fuerte apoyo a la teoría rival; y, en cuanto resultado, puede ejercer una influencia decisiva sobre el sesgo que tome la subsiguiente labor teórica y experimental.
4. Las hipótesis «ad hoc»
Si un modo concreto de contrastar una hipótesis H presupone unos supuestos auxiliares Al, A2, .... An -es decir, si éstos se usan como premisas adicionales para derivar de H la implicación contrastadora relevante I-, entonces, como vimos antes, un resultado negativo de la contrastación que muestre que I es falsa, se limita a decirnos que o bien H o bien alguna de las hipótesis auxiliares debe ser falsa, y que se debe introducir una modificación en este conjunto de enunciados si se quiere reajustar el resultado de la contrastación.
Ese ajuste se puede realizar modificando o abandonando completamente H, o introduciendo cambios en el sistema de hipótesis auxiliares. En principio, siempre sería posible retener H, incluso si la contrastación diera resultados adversos importantes, siempre que estemos dispuestos a hacer revisiones suficientemente radicales y quizá laboriosas en nuestras hipótesis auxiliares. Pero la ciencia no tiene interés en proteger sus hipótesis o teorías a toda costa, y ello Por buenas razones. Tomemos un ejemplo. Antes de que Torricelli introdujera su concepción de la presión del mar de las bombas aspirantes se explicaba por la idea de que la naturaleza tiene horror al vacío y que, por tanto, el agua sube por el tubo de la bomba para llenar el vacío creado por la subida del pistón. La misma idea servía también para explicar otros diversos fenómenos. Cuando Pascal escribió a Périer pidiéndole que realizara el experimento del Puy-de-Dóme, argüía que el resultado esperado constituiría una refutación «decisiva» de esa concepción:
Si ocurriera que la altura del mercurio fuera menor en la cima que en la base de la montaña... se seguiría necesariamente que el peso y la presión del aire es la única causa de esta suspensión del mercurio, y no el horror al vacío: porque es obvio que hay mucho más aire ejerciendo presión al pie de la montaña que en la cumbre, y no se puede decir que la naturaleza tenga más horror al vacío al pie de la montaña que en la cumbre.
Sin embargo, esta última observación señala de hecho un modo de salvar la concepción de un horror vacui frente a los datos de Périer. Los resultados de Périer constituyen un testimonio decisivo en contra de esa concepción sólo si aceptamos el supuesto auxiliar de que la fuerza del horror no depende del emplazamiento. Para hacer compatible el testimonio aparentemente adverso obtenido por Périer con la idea de un horror vacui, basta con introducir en su lugar la hipótesis auxiliar de que el horror de la naturaleza al vacío decrece a medida que aumenta la altitud. Pero si bien este supuesto no es lógicamente absurdo ni patentemente falso, se le pueden poner objeciones desde el punto de vista de la ciencia. Porque lo habríamos introducido ad hoc -es decir, con el único propósito de salvar una hipótesis seriamente amenazada por un testimonio adverso, no vendría exigida por otros datos, y, en general, no conduce a otras implicaciones contrastadoras. La hipótesis de la presión del aire sí conduce, en cambio, a ulteriores implicaciones. Pascal señala, por ejemplo, que si se lleva a la cumbre de una montaña un globo parcialmente hinchado, llegaría más inflado a la cumbre.
Hacia mediados del siglo XVII, un grupo de físicos, los plenistas, sostenían que en la naturaleza no puede haber vacío; y con el fin de salvar esta idea frente al experimento de Torricelli, uno de ellos propuso la hipótesis ad hoc de que el mercurio de un barómetro se sostenía en su lugar gracias al «funiculus», un hilo invisible por medio del cual quedaba suspendido de lo alto de la superficie interna del tubo de cristal. De acuerdo con una teoría inicialmente muy útil, desarrollada a comienzos del siglo XVIII, la combustión de los metales supone la fuga de una sustancia llamada flogisto. Esta concepción fue abandonada finalmente como resultado de los trabajos experimentales de Lavoisier, el cual mostró que el producto final del proceso de combustión tiene un peso mayor que el del metal originario. Pero algunos tenaces partidarios de la teoría del flogisto intentaron hacer compatible su concepción con los resultados de Lavoisier, proponiendo la hipótesis ad hoc de que el flogisto tenía peso negativo, de modo que su fuga incrementaría el peso del residuo.No olvidemos, sin embargo, que, visto ahora, parece fácil descartar ciertas sugerencias científicas propuestas en el pasado calificándolas de hipótesis ad hoc. Muy difícil, en cambio, podría resultar el juicio sobre una hipótesis propuesta contemporáneamente. No hay, de hecho, un criterio preciso para identificar una hipótesis ad hoc, aunque las cuestiones antes suscitadas pueden darnos alguna orientación a este respecto: la hipótesis propuesta, ¿lo es simplemente con el propósito, de salvar alguna concepción en uso contra un testimonio empírico adverso, explica otros fenómenos, da lugar a más implicancias contrastadoras significativas? Y otra consideración relevante sería ésta: si para hacer compatible una cierta concepción básica con los datos hay que introducir más y más hipótesis concretas, el sistema total resultante será eventualmente algo tan complejo que tendrá que sucumbir cuando se proponga una concepción alternativa simple.

5. Contrastabilidad-en -principio
alcance empírico

Como muestra lo que acabamos de decir, ningún enunciado o conjunto de enunciados T puede ser propuesto significativamente como una hipótesis o teoría científica a menos que pueda ser sometido a contrastación empírica objetiva, al menos «en principio». Es decir: que debe ser posible derivar de T, en el sentido amplio hemos indicado, ciertas implicaciones contrastadoras de la forma «si se dan las condiciones de contrastación C, entonces se producirá el resultado E»; pero no es necesario que las condiciones de contrastación estén dadas o sean tecnológicamente producibles en el momento en que T es propuesto o examinado. Tomemos, por ejemplo, la hipótesis de que la distancia cubierta en t segundos por un cuerpo en caída libre partiendo de un estado de reposo cerca de la superficie de la Luna es s = 2,7 t2 pies. Esto da lugar deductivamente a un conjunto de implicaciones contrastadoras en el sentido de que las distancias cubiertas por ese cuerpo en 1, 2, 3... segundos será 2,7, 10,8, 24,3 ... pies. Por tanto, la hipótesis es contrastable en principio, aunque de hecho sea imposible realizar esa contrastación.

Pero si un enunciado o conjunto de enunciados no es contrastable al menos en principio, o, en otras palabras, si no tiene en absoluto implicaciones contrastadoras, entonces no puede ser propuesto significativamente o mantenido como una hipótesis o teoría científica, porque no se concibe ningún dato empírico que pueda estar de acuerdo o ser incompatible con él. En este caso, no tiene conexión ninguna con fenómenos empíricos, o, como también diremos, carece de alcance empírico. Consideremos, por ejemplo, la opinión según la cual la mutua atracción gravitatoria de los cuerpos físicos es una manifestación de ciertos «apetitos o tendencias naturales» muy relacionados con el amor, inherentes a esos cuerpos, que hacen «inteligibles y posibles sus movimientos naturales». ¿Qué implicaciones contrastadoras se pueden derivar de esta interpretación de los fenómenos gravitatorios? Si pensamos en algunos aspectos característicos del amor en el sentido habitual de la palabra, esta opinión parecería implicar que la afinidad gravitatoria es un fenómeno selectivo: no todos los cuerpos físicos se atraerían entre sí. Tampoco sería siempre igual la fuerza de afinidad de un cuerpo hacia un segundo cuerpo que la de éste hacia el primero, ni dependería de las masas de los cuerpos o de la distancia entre ellos. Pero puesto que se sabe que todas estas consecuencias hasta ahora expuestas son falsas, es evidente que la concepción que estamos examinando no pretende implicarlas. Y, además, esta concepción afirma simplemente que las afinidades naturales que subyacen a la atracción gravitatoria están relacionadas con el amor. Pero, como veremos, esta afirmación es tan evasiva que no permite la derivación de ninguna implicación contrastadora. No hay ningún hecho específico de ningún tipo que venga exigido por esta interpretación; no se concibe ningún dato de observación o de experimentación que la confirme o la refute. No tiene, por tanto, en concreto implicaciones concernientes a los fenómenos gravitatorios; en consecuencia, no puede explicar estos fenómenos, no puede hacerlos «inteligibles». Como una ilustración más de este punto, supongamos que alguien presentara la tesis alternativa de que los cuerpos físicos se atraen gravitatoriamente entre sí y tienden a moverse los unos hacia los otros en virtud de una tendencia natural análoga al odio, en virtud de una inclinación natural a chocar con otros objetos físicos. y destruirlos. ¿Se podría concebir algún procedimiento para decidir entre estas opiniones en conflicto? Es claro que no. Ninguna de ellas da lugar a implicaciones contrastables; no es posible ninguna discriminación empírica entre ellas. No se trata de que el tema sea «demasiado profundo» para que se le pueda dar una decisión científica: las dos interpretaciones, que verbalmente están en conflicto, no hacen aserción alguna. Por tanto, la cuestión de si son verdaderas o falsas no tiene sentido, y ésta es la razón de que la investigación científica no pueda decidir entre ellas. Son pseudo-hipótesis: hipótesis sólo en apariencia.

Hay que tener presente, sin embargo, que una hipótesis científica normalmente sólo da lugar a implicaciones contrastadoras cuando se combina con supuestos auxiliares apropiados. Así, la concepción de Torricelli de la presión ejercida por el mar de aire sólo da lugar a implicaciones contrastadoras definidas en el supuesto de que la presión del aire está sujeta a leyes análogas a las de la presión del agua; este supuesto subyace, por ejemplo, en el experimento del Puyme. Al dictaminar si una hipótesis propuesta tiene alcance empírico, debemos, por tanto, preguntarnos qué hipótesis auxiliares implícitas o tácitamente presupuestas en ese contexto, y si, en conjunción con éstas, la hipótesis dada conduce a implicaciones contrastadoras (distintas de las que se pueden derivar de las hipótesis auxiliares solas).

Además, es frecuente que una idea científica se introduzca inicialmente de una forma que ofrezca posibilidades limitadas y poco precisas de contrastación; y sobre la base de estas contrastaciones iniciales se le irá dando gradualmente una forma más definida, precisa y variadamente contrastable.

Por estas razones, y por otras más que nos llevarían demasiado lejos, es imposible trazar una frontera neta entre hipótesis y teorías que son contrastables en principio e hipótesis y teorías que no lo son. Pero, aunquealgo vaga, la distinción a la que nos referimos es importante y esclarecedora para valorar la significación y la eficacia explicativa potencial de hipótesis y teorías propuestas.

HEMPEL, Carl G. (1987), Filosofía de la Ciencia Natural, Alianza Ed., Madrid, Cap. 2