miércoles, 19 de febrero de 2020

Bong Joon-ho: “Las clases sociales son cada vez más parasitarias”

PHILIPP ENGEL25 octubre, 2019 Su simpatía por los oprimidos ha hecho que el coreano Bong Joon-ho haya apostado por lo social. En su filmografía aparecen desde asesinos en serie a defraudadores de la industria alimentaria. Hablamos con el director de Parásitos, Palma de Oro en Cannes, cuyo retrato de la picaresca lo hubiese podido firmar el mismísimo Azcona El pasado mes de mayo, a su regreso del Festival de Cannes, Bong Joon-ho (Daegu, 1969) y su actor fetiche, Song Kang-ho –probablemente el rostro más reconocible y bonachón del cine Made in Corea–, fueron recibidos en olor de multitudes. La primera Palma de Oro coreana de la historia fue aclamada por una cinefilia entregada y con un inusitado despliegue de medios. No en vano, el cine surcoreano domina la cartelera de su país, con más de un 50 por ciento de la cuota de pantalla. Para Bong, una clave es que “en Corea tenemos muy pocas franquicias o remakes, si lo comparamos con el mercado americano. Casi todo son ideas originales del guionista y del director”. Los números son elocuentes: en julio, más de 10 millones de coreanos ya habían visto Parásitos, que llegará a nuestras salas el 25 de octubre. La película también va camino de los próximos Óscar, con posibilidades que van más allá de la ahora llamada estatuilla a la Mejor Película Internacional. En contraste, cuando se anunció el de Cannes, algunos medios españoles se limitaron a celebrar el premio para Antonio Banderas, y a lamentar que Dolor y gloria se hubiera quedado sin la ansiada Palma de Oro, como si Bong Joon-ho fuese un desconocido por estos lares, y no valiese la pena ni mentarlo. Y sin embargo, Bong está muy lejos de resultarnos ajeno. A excepción de su primer largo, una desconcertante comedia negra estrenada internacionalmente como Barking Dogs Never Bite (2000), el resto ha podido ser visto y celebrado en nuestro país por un creciente grupo de fans. Multipremiada en San Sebastián, la subsiguiente Memories of Murder (2003), crónica de la infructuosa caza de un asesino en serie, que marcó la primera colaboración del director con Song Kang-ho, llegó a estrenarse comercialmente, al igual que la entrañable ‘monster movie’ The Host (2004), su obra maestra. Rodaje con Weinstein Aunque vimos la no menos magnífica Mother (2009) directamente en DVD, luego llegaron dos grandes superproducciones internacionales de alcance global. Rompenieves (2013) fue lanzada a todo tren por el inefable Harvey Weinstein, personaje sobre el que Bong tiene poco que decir. “¡Nunca me tocó! –señala sarcástico–. Para mí, sólo era un tipo que aparecía de vez en cuando por la sala de montaje. Tuvimos alguna diferencia, pero al final accedió a que la película se estrenara tal y como yo quería”. Netflix se encargó de distribuir Okja (2017), que incrementó considerablemente el número de veganos en todo el mundo, por su implacable retrato de una industria cárnica dedicada a engordar sus beneficios con la crianza de una nueva raza de cerdos gigantes: “¡No era mi intención que la gente cambiara de dieta! Aunque estaba decidido a denunciar esa industria que sólo se guía por la voluntad de amasar dinero”. “El mundo cree que Corea del Sur es una alegre sociedad de consumo. Yo quiero mostrar otra realidad” Tras estos baños de glamur hollywoodiense, en los que participaron desde Tilda Swinton (por partida triple) a Chris Evans o Jake Gyllenhaal, Parásitos, una producción 100% surcoreana, no es tanto un retorno a casa, “pues en esas dos películas rodadas en inglés había tanto técnicos como actores coreanos” –incluso localizaciones en su país, en el caso de Okja–, como un regreso a la escala más modesta de sus primeras películas. Tan modesta, es un decir, que la mayoría del rodaje tiene lugar en las casas de las dos familias protagonistas, los Kim y los Park. Sobre todo en la sofisticada y ostentosa mansión de los más pudientes, que serán vampirizados por el imaginativo clan de pícaros en una brutal alegoría de la lucha de clases. Del k-pop al humor “El mundo cree que Corea del Sur es una alegre sociedad de consumo, caracterizada por fenómenos como el K-Pop, pero me gusta hacer películas que den a conocer otra realidad. Yo mismo tenía una idea de Francia que cambió radicalmente cuando vi El Odio (Mathieu Kassovitz, 1995). Otra cosa es que lo haga con humor, pero la verdad es que forma parte de mi personalidad, y no puedo escribir de otra manera”. Desde el principio, el cine de Bong, artesano y juguetón, siempre a vueltas con los géneros, ha estado atravesado por lo social, con una simpatía nada disimulada por los más oprimidos, aunque estos se dediquen a prácticas moralmente dudosas para sobrevivir. Y Parásitos es una cumbre en este sentido. Para dejar más que claro el lugar que ocupan sus protagonistas en la escala social, los pícaros habitan en un semisotano hediondo, típico de Bong, donde sobreviven con trabajos basura, robando el wifi del vecino, mientras que la protegida mansión de los Park se alza en lo alto de una colina. Por si la distribución geográfica no fuese lo suficientemente explícita, los movimientos de cámara también van constantemente de arriba a abajo, y el filme incluye una larga escena en la que los Kim, empapados de humillante lluvia, emprenden un largo descenso hasta su casa, anegada por una catástrofe, que también se ceba con los pobres y apenas altera el programa de vida de los ricos. Guiño a Polonsky La escena también es un guiño cinéfilo: “Está casi calcada del final del clásico de cine negro El poder del mal (Abraham Polonsky, 1948), cuando John Garfield baja hasta el puerto en busca del cadáver de su hermano. Es una de mis películas favoritas”. Y sin duda otro glorioso ejemplo de crítica social, construido a partir de los códigos del género. Negro en el caso de Polonsky, un poco de todo en el de Bong, que asegura: “Escribo sin pensar en los géneros. Me gusta bailar a mi propio ritmo. Ahora meteré un poco de terror, luego unas risas, y aquí algo de drama. Simplemente me dejo llevar por la historia”. “Escribo sin pensar en los géneros. Me gusta bailar a mi propio ritmo. Ahora un poco de terror, luego unas risas, aquí algo de drama…” Además de implacablemente geométrica, la lucha de clases esquematizada por Bong tiene también una dimensión olfativa. La humillación no puede ser más lacerante, cuando el padre de los Kim escucha al muy pijo señor Park asegurar a su mujer que los pobres huelen distinto. “Una vez escuché a un rico decir eso mismo. Me pareció que era algo muy fuerte, que entraba en el terreno de lo íntimo, y que tenía que estar en la película”. Padre de familia, que lleva los nombres de su mujer e hijo tatuadas en las manos, Bong aclara que él viene de una familia de clase media: “Mi padre era diseñador gráfico. Así que crecí en un ambiente un poco a medio camino entre las dos familias que protagonizan el filme. Dos familias tan distintas que difícilmente podrían llegar a conocerse en mi país, si no es en una situación como la que refleja la película. Van a distintos restaurantes, incluso se sientan en distintos vagones en los trenes. Y son el reflejo de un mundo en el que la cohabitación cada vez es más difícil. Las relaciones humanas fundadas en la simbiosis van a menos. Las clases sociales son cada vez más parasitarias”. Híbrido de hilarante comedia negra y punzante drama social, Parásitos también está salpicada de sangre. “Si te fijas, no hay tanta. Nunca me ha gustado mostrar demasiados detalles gore. En mi opinión, distraen a la gente y la sacan de la película. Cuando aparecen, piensan cosas como ‘¡Ah, eso es maquillaje!’ o ‘¡Son efectos especiales!’. Prefiero mostrar menos, y que esas escenas resulten perturbadoras porque suceden muy rápido, como en la realidad”. También insiste en que no revelemos mucho más que el principio, cuando el pequeño de los Kim se presenta en casa de los Park, armado con falsas credenciales, para convertirse en el profesor particular de la hija de estos. Lo cierto es que la sofisticada mansión es una caja de sorpresas, que no conviene estropear al espectador. Aunque damos fe que, vista ya en dos ocasiones, Parásitos no pierde su atractivo en el segundo visionado. Aunque reducida a una puesta en escena algo teatralizada y aparentemente esquemática en su planteamiento, la película es una perversa casa de muñecas, donde los personajes son observados con lupa, y triunfa ahí donde Hereditary (Ari Aster, 2018), desde este singular punto de vista, se revelaba decepcionante. Parásitos también hace honor a su título: los personajes se te quedan enganchados como sanguijuelas. Y la fotografía del solicitado Hong Pyung-ho no pierde un ápice de su poder hipnótico. El filme no sólo es uno de los mayores logros en la exigua filmografía de Bong, sino que se inscribe sin problemas en el linaje de clásicos como El sirviente (Joseph Losey, 1963), La ceremonia (Claude Chabrol, 1995), o la coreana The Housemaid (Kim Ki-young, 1960), donde la servidumbre en rebeldía desestabiliza la paz burguesa en una claustrofóbica lucha de poder. Al mismo tiempo, con ese humor bufo y grotesco, tan deslenguado como gestual, que no le hace ascos a la escatología, está muy lejos de parecernos exótica. Esos pícaros desarrapados empeñados en medrar, con las más retorcidas artimañas, nos resultan más bien familiares. Si los personajes no tuvieran los ojos rasgados, podría ser una comedia picaresca a lo Azcona. No somos tan distintos. Todos apestamos a humanidad.

jueves, 10 de enero de 2013

El amor maduro

"Podríamos decir aunque suene esquemático, que hay tres momentos en el desarrollo de un amor maduro: enamoramiento, desilusión y aceptación de la realidad.
En el primer momento, el amado es alguien maravilloso, no tiene defectos, nadie es mejor que él, esta terriblemente idealizado, casi endiosado. El amado se ve engrandecido y en cambio uno se va empequeñeciendo , hasta el punto tal de no entender como alguien tan perfecto se ha fijado en uno.
En el segundo momento comenzamos a percibir algunas imperfecciones en la persona amada. Vemos que ante determinadas situaciones su carácter no es el mejor, que en algunas cosas se equivoca, y esos rasgos, que ya estaban pero que el enamoramiento nos impedía percibir, nos producen pena y desilusión y así como en el primer momento ya queríamos casarnos y estar juntos para toda la vida, en este segundo momento es probable que queramos que se vaya para siempre.
(…)
El amor sería un tercer momento en el cual vemos al otro como es. Ni tan idealizado, ni tan degradado. No es ni dios ni el demonio. Disfrutamos de sus virtudes y aceptamos sus faltas. Y a pesar de ellas lo aceptamos y podemos ser felices a su lado. Recién ahí podemos hablar de un amor maduro con posibilidades de proyectarse en el tiempo de una manera sana. Porque la clave del amor, como me dijo alguna vez mi analista, está en reconocer los defectos del otro y preguntarse sinceramente si uno puede tolerarlos sin estar todo el tiempo protestando, y ser feliz a pesar de ellos."
Gabriel Rolón, Historias de diván

jueves, 29 de noviembre de 2012

El secreto...


Pero una cosa es cierta: no me atrevo a juzgarte. Sé que cuando uno ve las cosas desde afuera, cuando uno no se siente complicado en ellas, es muy fácil proclamar qué es lo malo y qué es lo bueno. Pero cuando uno está metido hasta el pescuezo en el problema (y yo he estado muchas veces así), las cosas cambian, la intensidad es otra, aparecen hondas convicciones, inevitables sacrificios y renunciamientos que pueden parecer inexplicables para el que sólo observa.
La Tregua, Mario Benedetti

lunes, 12 de marzo de 2012

Blomkvist y el periodismo

Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos se habían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por su propia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica. A esta última conclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economía que, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir las declaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles, incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos. En consecuencia, se trataba de periodistas o tan ingenuos y fáciles de engañar que ya deberían haber sido despedidos de sus puestos, o —lo que sería peor— que conscientemente traicionaban la regla de oro de su propia profesión: la de realizar análisis críticos para proporcionar al público una información veraz. Blomkvist reconocía que a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, ya que, entonces, corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas a las que ni siquiera consideraba periodistas.

Blomkvist comparaba el trabajo de los analistas económicos con el de los periodistas de sucesos o los corresponsales enviados al extranjero. Se imaginaba el escándalo que se ocasionaría si el periodista de un importante diario que estuviera cubriendo, por ejemplo, el juicio de un asesinato reprodujera las afirmaciones del fiscal sin ponerlas en duda, dándolas automáticamente por verdaderas, sin consultar a la defensa ni entrevistar a la familia de la víctima, cosa que debería haber hecho para formarse su propia idea del asunto. Blomkvist sostenía que las mismas reglas tenían que aplicarse a los periodistas económicos.

Stieg Larson “Los hombres que no amaban a las mujeres

lunes, 24 de octubre de 2011

NO HAY QUE SATANIZAR LA TELEVISION

A los estudiantes hay que enseñarles el lenguaje audiovisual y digital

"No hay que satanizar a la televisión ni endiosar a Internet. Así como existe telebasura, también hay infobasura. El desafío es saber buscar en esos dos medios para encontrar los canales y la información de calidad. También mostrar que no se puede construir la vida a imagen y semejanza de lo que allí se ve, y en ambos casos aprovechar las posibilidades educativas que ofrecen", asegura Roberto Aparici, uno de los mejores expertos en pedagogía de la comunicación.

Sostiene también que a los estudiantes hay que enseñarles el lenguaje audiovisual y digital, porque quienes no conocen los medios de comunicación pueden ser víctimas del engaño y la manipulación. Aparici, conocedor de la educación para los medios, tiene varios ejemplos que sirven para ilustrar por qué enseñar lenguaje audiovisual y digital es tan importante o más que enseñar a leer y escribir. Roberto Aparici es director del master de nuevas tecnologías de la información y de la comunicación de la UNED, ha asesorado proyectos sobre educación para los medios en universidades de México, Brasil, Argentina y Australia. En una entrevista con el diario colombicano "El Tiempo", contestó muy atinadamente estas preguntas sobre televisión, comunicación y educación:
- Su ejemplo es evidente, ¿pero que más se les puede decir a los docentes y a la gente en general sobre la importancia de que niños y jóvenes tengan una alfabetización digital y audiovisual?
- Ellos pasan tanto o más tiempo con los medios de comunicación que con la escuela, y los medios les dan una representación del mundo. Así como una persona puede ser manipulada porque no sabe leer o escribir, también lo puede ser si no tiene los elementos básicos de la comunicación audiovisual y digital. Son los nuevos analfabetas del siglo XXI.

- ¿Qué hay que enseñarles?

- Las competencias mecánicas, técnicas, estéticas y artísticas de los medios. Esto es desde hacer click en la cámara fotográfica hasta cómo manejar la luz y los diferentes planos y cómo se pueden manipular estos para dar uno u otro mensaje.

- Debe enseñárseles que los medios muestran una realidad representada, construida, que depende de sus intereses económicos y políticos; que son finalmente empresas. Por ejemplo, nosotros sabemos en España que los diarios El mundo y ABC son próximos al PP y que El país es socialista. No hay medios neutrales. Además, como son empresas comerciales recurren a una u otra estrategia, a técnicas de manipulación o persuasión, para lograr más público. También mostrarles que la audiencia nunca es pasiva, ella puede seleccionar uno u otro mensaje. De igual forma que los políticos saben del impacto de los medios de comunicación y por eso recurren a ellos para difundir sus ideas. Hay que saber todo eso para no dejarse engañar.

- ¿Cómo hacer esa enseñanza?

- En algunos países se está creando una asignatura especial llamada comunicación, comunicación y lenguaje o audiovisual, en otros se integra al área de ciencias sociales. Lo importante es hacer pedagogía de los medios: cómo se construye una imagen, cómo es una buena composición, cuándo se está engañando, y no que simplemente se utilicen los medios como un simple apoyo de la clase. Hay que mostrar la importancia de la información; quien la tiene tiene el conocimiento; vale más que el oro o el café.

- ¿Merecen capítulo aparte la televisión e Internet?

- Lo primero es decir que no hay que satanizar a la televisión ni endiosar a Internet, así como existe telebasura, también hay infobasura. El desafío es saber buscar en esos dos medios para encontrar los canales y la información de calidad. También mostrar que no se puede construir la vida a imagen y semejanza de lo que allí se ve, y en ambos casos aprovechar las posibilidades educativas que ofrecen.

(El Tiempo – 14 Agosto 2004)
Extraído de: http://tvblog.blogs.com/tv/2004/08/a_los_estudiant.html#tp
Vanesa Bouza Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires

domingo, 9 de octubre de 2011

¿A vos te parece?

¿A vos te parece? Busca hacer ver, de un modo un poco gracioso, cuánta gente se acostumbra día a día a discriminar por diversos factores.

Buena presencia

En Buena presencia los autores tratan de llamar la atención sobre la discriminación que a veces sufren aquellas personas que están excedidas de peso, llegándose a veces a verse afectadas sus posibilidades de obtener puestos de trabajo por esta causa.

Discriminar es no pensar

En Discriminar es no pensar, las autoras quieren dar a entender que cuando decimos algoi discriminatorio e hiriente hacia otros seres que son diferentes a nosotros, en realidad lo que sucede es que no nos tomamos el tiempo de pensar en ellos, de ponernos en la piel del otro, en la situación por la que el otro está atravesando.

Una cadena interminable

En Una cadena interminable los autores nos cuentan que el que discrimina, si bien lo sufre, muchas veces a su vez termina haciendo lo mismo con otras personas, no percatándose de el mal que provoca a otros sino solamente del que le provocan a sí mismo.

Dos mundos diferentes

En Dos mundos diferentes se trató de mostrar cómo siempre las personas tienden a asombrarse y a catalogar como negativas las características de aquellos que no se parecen al grupo propio, por otro lado, en este video además trata de hacerse ver que la autoridad también a veces toma partido.

Angel y Demonio

En Angel y demonio las autoras quisieron expresar que en la vida siempre está la opción del bien y del mal y que uno puede elegir entre ambas

viernes, 30 de septiembre de 2011

El canto en el estanque

por Gianni Rodari (fragmento) 


Si tiramos una piedra, un guijarro, un «canto», en un estanque, produciremos una serie de ondas concéntricas en su superficie que, alargándose, irán afectando los diferentes obstáculos que se encuentren a su paso: una hierba que flota, un barquito de papel, la boya del sedal de un pescador… Objetos que existían, cada uno por su lado, que estaban tranquilos y aislados, pero que ahora se ven unidos por un efecto de oscilación que afecta a todos ellos. Un efecto que, de alguna manera, los ha puesto en contacto, los ha emparentado.

Otros movimientos invisibles se propagan hacia la profundidad, en todas direcciones, mientras que el canto o guijarro continúa descendiendo, apartando algas, asustando peces, siempre causando nuevas agitaciones moleculares. Cuando finalmente toca fondo, remueve el limo, golpea objetos caídos anteriormente y que reposaban olvidados, altera la arenilla tapando alguno de esos objetos y descubriendo otro. Innumerables eventos o microeventos se suceden en un brevísimo espacio de tiempo. Incluso si tuviéramos suficiente voluntad y tiempo, es posible que no fuéramos capaces de registrarlos todos.
De forma no muy diferente, una palabra dicha impensadamente, lanzada en la mente de quien nos escucha, produce ondas de superficie y de profundidad, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, involucrando en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que afecta a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, y que se complica por el hecho que la misma mente no asiste impasiva a la representación. Por el contrario interviene continuamente, para aceptar o rechazar, emparejar o censurar, construir o destruir.
Tomo por ejemplo la palabra «canto», porque sugiere un objeto arrojadizo… Cayendo en la mente, arrastra, golpea, evita, en suma: se pone en contacto
- con todas las palabras que empiezan con «C», aunque no continúen con la «a», como «ceniza», «cien», «conejo»;
- con todas las palabras que comienzan con «ca», como «casa», «cabeza», «cabina», «calle», «catedral», «camino»;
- con todas las palabras que riman con «anto», como «santo», «manto», «cuanto», «tanto», «otranto»;

- con todas las palabras que ideológicamente se les aproximan, por vía de su significado: «piedra», «guijarro», «roca», «peña», «peñasco», «adoquín», «mojón», «ladrillo»; etc.

Éstas son las asociaciones más fáciles. Una palabra golpea a otra por inercia. Es difícil que esto baste para provocar la «chispa» (pero nunca se sabe).

Pero la palabra continúa cayendo en otras direcciones, profundiza en el mundo del pasado, pone a flote presencias sumergidas. «Canto», en este caso, es para mi «Santa Caterina del Sasso» (Santa Catalina de la Peña), un santuario emplazado sobre un gran peñasco, a la orilla del lago Mayor… Íbamos en bicicleta, íbamos juntos, Amedeo y yo. Nos sentábamos bajo un fresco pórtico, a beber vino blanco y a hablar de Kant. A veces coincidíamos en el tren, ambos éramos estudiantes de música. Amedeo llevaba un gran abrigo azul. Algunos días, bajo el abrigo, se adivinaba el bulto del estuche de su violín. El asa de mi estuche estaba rota y tenía que llevarlo bajo el brazo… Amedeo se alistó en los Alpinos y murió en Rusia.

En otra ocasión, la figura de Amedeo me vino a la mente por una «evolución» de la palabra «ladrillo», que me recordó ciertos hornos o ladrillares, en la llanura lombarda, y largas caminatas en la niebla, o en los bosques… A menudo, Amedeo y yo pasábamos tardes enteras, en esos bosques, hablando de Kant, de Dostoyevski, de Montale, de Alfonso Gatto. Las amistades de los dieciséis años son las que dejan las señales más profundas. Pero esto, aquí no interesa. Lo que interesa es la forma en que una palabra, escogida al azar, funciona como una «palabra mágica» para desenterrar campos de la memoria que yacían sepultados por el polvo del tiempo.

en “Gramática de la Fantasía”, Gianni Rodari, 1993, Ediciones Colihue/Biblioser
Vanesa Bouza Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires