lunes, 24 de octubre de 2011

NO HAY QUE SATANIZAR LA TELEVISION

A los estudiantes hay que enseñarles el lenguaje audiovisual y digital

"No hay que satanizar a la televisión ni endiosar a Internet. Así como existe telebasura, también hay infobasura. El desafío es saber buscar en esos dos medios para encontrar los canales y la información de calidad. También mostrar que no se puede construir la vida a imagen y semejanza de lo que allí se ve, y en ambos casos aprovechar las posibilidades educativas que ofrecen", asegura Roberto Aparici, uno de los mejores expertos en pedagogía de la comunicación.

Sostiene también que a los estudiantes hay que enseñarles el lenguaje audiovisual y digital, porque quienes no conocen los medios de comunicación pueden ser víctimas del engaño y la manipulación. Aparici, conocedor de la educación para los medios, tiene varios ejemplos que sirven para ilustrar por qué enseñar lenguaje audiovisual y digital es tan importante o más que enseñar a leer y escribir. Roberto Aparici es director del master de nuevas tecnologías de la información y de la comunicación de la UNED, ha asesorado proyectos sobre educación para los medios en universidades de México, Brasil, Argentina y Australia. En una entrevista con el diario colombicano "El Tiempo", contestó muy atinadamente estas preguntas sobre televisión, comunicación y educación:
- Su ejemplo es evidente, ¿pero que más se les puede decir a los docentes y a la gente en general sobre la importancia de que niños y jóvenes tengan una alfabetización digital y audiovisual?
- Ellos pasan tanto o más tiempo con los medios de comunicación que con la escuela, y los medios les dan una representación del mundo. Así como una persona puede ser manipulada porque no sabe leer o escribir, también lo puede ser si no tiene los elementos básicos de la comunicación audiovisual y digital. Son los nuevos analfabetas del siglo XXI.

- ¿Qué hay que enseñarles?

- Las competencias mecánicas, técnicas, estéticas y artísticas de los medios. Esto es desde hacer click en la cámara fotográfica hasta cómo manejar la luz y los diferentes planos y cómo se pueden manipular estos para dar uno u otro mensaje.

- Debe enseñárseles que los medios muestran una realidad representada, construida, que depende de sus intereses económicos y políticos; que son finalmente empresas. Por ejemplo, nosotros sabemos en España que los diarios El mundo y ABC son próximos al PP y que El país es socialista. No hay medios neutrales. Además, como son empresas comerciales recurren a una u otra estrategia, a técnicas de manipulación o persuasión, para lograr más público. También mostrarles que la audiencia nunca es pasiva, ella puede seleccionar uno u otro mensaje. De igual forma que los políticos saben del impacto de los medios de comunicación y por eso recurren a ellos para difundir sus ideas. Hay que saber todo eso para no dejarse engañar.

- ¿Cómo hacer esa enseñanza?

- En algunos países se está creando una asignatura especial llamada comunicación, comunicación y lenguaje o audiovisual, en otros se integra al área de ciencias sociales. Lo importante es hacer pedagogía de los medios: cómo se construye una imagen, cómo es una buena composición, cuándo se está engañando, y no que simplemente se utilicen los medios como un simple apoyo de la clase. Hay que mostrar la importancia de la información; quien la tiene tiene el conocimiento; vale más que el oro o el café.

- ¿Merecen capítulo aparte la televisión e Internet?

- Lo primero es decir que no hay que satanizar a la televisión ni endiosar a Internet, así como existe telebasura, también hay infobasura. El desafío es saber buscar en esos dos medios para encontrar los canales y la información de calidad. También mostrar que no se puede construir la vida a imagen y semejanza de lo que allí se ve, y en ambos casos aprovechar las posibilidades educativas que ofrecen.

(El Tiempo – 14 Agosto 2004)
Extraído de: http://tvblog.blogs.com/tv/2004/08/a_los_estudiant.html#tp
Vanesa Bouza Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires

domingo, 9 de octubre de 2011

¿A vos te parece?

¿A vos te parece? Busca hacer ver, de un modo un poco gracioso, cuánta gente se acostumbra día a día a discriminar por diversos factores.

Buena presencia

En Buena presencia los autores tratan de llamar la atención sobre la discriminación que a veces sufren aquellas personas que están excedidas de peso, llegándose a veces a verse afectadas sus posibilidades de obtener puestos de trabajo por esta causa.

Discriminar es no pensar

En Discriminar es no pensar, las autoras quieren dar a entender que cuando decimos algoi discriminatorio e hiriente hacia otros seres que son diferentes a nosotros, en realidad lo que sucede es que no nos tomamos el tiempo de pensar en ellos, de ponernos en la piel del otro, en la situación por la que el otro está atravesando.

Una cadena interminable

En Una cadena interminable los autores nos cuentan que el que discrimina, si bien lo sufre, muchas veces a su vez termina haciendo lo mismo con otras personas, no percatándose de el mal que provoca a otros sino solamente del que le provocan a sí mismo.

Dos mundos diferentes

En Dos mundos diferentes se trató de mostrar cómo siempre las personas tienden a asombrarse y a catalogar como negativas las características de aquellos que no se parecen al grupo propio, por otro lado, en este video además trata de hacerse ver que la autoridad también a veces toma partido.

Angel y Demonio

En Angel y demonio las autoras quisieron expresar que en la vida siempre está la opción del bien y del mal y que uno puede elegir entre ambas

viernes, 30 de septiembre de 2011

El canto en el estanque

por Gianni Rodari (fragmento) 


Si tiramos una piedra, un guijarro, un «canto», en un estanque, produciremos una serie de ondas concéntricas en su superficie que, alargándose, irán afectando los diferentes obstáculos que se encuentren a su paso: una hierba que flota, un barquito de papel, la boya del sedal de un pescador… Objetos que existían, cada uno por su lado, que estaban tranquilos y aislados, pero que ahora se ven unidos por un efecto de oscilación que afecta a todos ellos. Un efecto que, de alguna manera, los ha puesto en contacto, los ha emparentado.

Otros movimientos invisibles se propagan hacia la profundidad, en todas direcciones, mientras que el canto o guijarro continúa descendiendo, apartando algas, asustando peces, siempre causando nuevas agitaciones moleculares. Cuando finalmente toca fondo, remueve el limo, golpea objetos caídos anteriormente y que reposaban olvidados, altera la arenilla tapando alguno de esos objetos y descubriendo otro. Innumerables eventos o microeventos se suceden en un brevísimo espacio de tiempo. Incluso si tuviéramos suficiente voluntad y tiempo, es posible que no fuéramos capaces de registrarlos todos.
De forma no muy diferente, una palabra dicha impensadamente, lanzada en la mente de quien nos escucha, produce ondas de superficie y de profundidad, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, involucrando en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que afecta a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, y que se complica por el hecho que la misma mente no asiste impasiva a la representación. Por el contrario interviene continuamente, para aceptar o rechazar, emparejar o censurar, construir o destruir.
Tomo por ejemplo la palabra «canto», porque sugiere un objeto arrojadizo… Cayendo en la mente, arrastra, golpea, evita, en suma: se pone en contacto
- con todas las palabras que empiezan con «C», aunque no continúen con la «a», como «ceniza», «cien», «conejo»;
- con todas las palabras que comienzan con «ca», como «casa», «cabeza», «cabina», «calle», «catedral», «camino»;
- con todas las palabras que riman con «anto», como «santo», «manto», «cuanto», «tanto», «otranto»;

- con todas las palabras que ideológicamente se les aproximan, por vía de su significado: «piedra», «guijarro», «roca», «peña», «peñasco», «adoquín», «mojón», «ladrillo»; etc.

Éstas son las asociaciones más fáciles. Una palabra golpea a otra por inercia. Es difícil que esto baste para provocar la «chispa» (pero nunca se sabe).

Pero la palabra continúa cayendo en otras direcciones, profundiza en el mundo del pasado, pone a flote presencias sumergidas. «Canto», en este caso, es para mi «Santa Caterina del Sasso» (Santa Catalina de la Peña), un santuario emplazado sobre un gran peñasco, a la orilla del lago Mayor… Íbamos en bicicleta, íbamos juntos, Amedeo y yo. Nos sentábamos bajo un fresco pórtico, a beber vino blanco y a hablar de Kant. A veces coincidíamos en el tren, ambos éramos estudiantes de música. Amedeo llevaba un gran abrigo azul. Algunos días, bajo el abrigo, se adivinaba el bulto del estuche de su violín. El asa de mi estuche estaba rota y tenía que llevarlo bajo el brazo… Amedeo se alistó en los Alpinos y murió en Rusia.

En otra ocasión, la figura de Amedeo me vino a la mente por una «evolución» de la palabra «ladrillo», que me recordó ciertos hornos o ladrillares, en la llanura lombarda, y largas caminatas en la niebla, o en los bosques… A menudo, Amedeo y yo pasábamos tardes enteras, en esos bosques, hablando de Kant, de Dostoyevski, de Montale, de Alfonso Gatto. Las amistades de los dieciséis años son las que dejan las señales más profundas. Pero esto, aquí no interesa. Lo que interesa es la forma en que una palabra, escogida al azar, funciona como una «palabra mágica» para desenterrar campos de la memoria que yacían sepultados por el polvo del tiempo.

en “Gramática de la Fantasía”, Gianni Rodari, 1993, Ediciones Colihue/Biblioser
Vanesa Bouza Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires

viernes, 22 de julio de 2011

Ruido


Quien tiene miedo busca el ruido y el bullicio que ahuyentan los demonios. (Los medios primitivos adecuados son los gritos, la música, los tambores, los fuegos artificiales, las campanas, etcétera.) El ruido inspira seguridad, como hallarse en medio de una multitud, nos protege de las reflexiones dolorosas, disipa los sueños de ansiedad, nos asegura que estamos todos juntos, que causamos tal barahúnda que nadie se atreverá a atacarnos. El alboroto es tan inmediato, tan avasalladoramente real, que todo lo demás queda relegado al estado de pálido fantasma. Nos exime de todo esfuerzo, pues el aire mismo retumba al impacto de nuestra invencible manifestación de vida.
En la soledad, el temor me haría reflexionar, y es difícil prever todo aquello de lo que podríamos tomar conciencia. La mayoría de la gente tiene miedo al silencio; de ahí que cuando cesa el ruido constante de una discusión, por ejemplo, hay que hacer algo, decir algo, silbar, cantar, toser, o murmurar. La necesidad de ruido resulta casi insaciable, aun si a veces la barahúnda llega a hacerse intolerable. Aun así, es mejor que nada. En el tan traído y llevado "silencio sepulcral", se respira una atmósfera siniestra. ¿Por qué? ¿Es que rondan por allí fantasmas? En absoluto. A lo que realmente tememos es a lo que pueda surgir de nuestro interior, es decir, lo que el ruido ha suprimido.
Carl Gustav Jung
Vanesa Bouza Ciencias de la Comunicación 

lunes, 20 de junio de 2011

Vida y sueños

A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo

que me pasa me parece que lo he soñado antes...

Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna

parte y al fin se olvida. En cambio, lo que está

escrito es como si hubiera pasado siempre.

(Elena Fortún, Celia en el colegio.)
Cita de CAPERUCITA EN MANHATTAN de CARMEN M A R T Í N G A I T E

martes, 31 de mayo de 2011

La nueva cultura del permiso

NO HAY UN único inventor de Internet. Ni hay una buena fecha para marcar su nacimiento. Sin embargo, en un tiempo muy corto, Internet se ha convertido parte de la vida diaria de los EE.UU. Según el Pew Internet and American Life Project, un 58% de los estadounidenses tenía acceso a Internet en el 2002, subiendo así con respecto al 49% de dos años antes 7 . Esa cifra podría perfectamente exceder dos tercios del país para finales del 2004.
Conforme Internet se ha integrado en la vida diaria, ha cambiado las cosas. Algunos de esos cambios son técnicos--Internet ha hecho que las comunicaciones sean más rápidas, ha bajado los costes de recopilar datos, etc. Estos cambios técnicos no son el tema de este libro. Son importantes y no se los comprende bien. Pero son el tipo de cosas que simplemente desaparecerían si apagáramos Internet. No afectan a la gente que no usa Internet, o al menos no la afectarían directamente. Son tema apropiado para un libro sobre Internet, pero este libro no es sobre Internet.

Por contra, este libro es sobre un efecto que Internet tiene más allá de la propia Internet: el efecto que tiene sobre la forma en la que la cultura se produce. Mi tesis es que Internet ha inducido un importante y aún no reconocido cambio en ese proceso. Ese cambio transformará radicalmente una tradición que es tan vieja como nuestra república. La mayoría, si reconociera este cambio, lo rechazaría. Sin embargo, la mayoría ni siquiera ve el cambio que ha introducido

Podemos vislumbrar algo de este cambio si distinguimos entre cultura comercial y no comercial, y dibujamos un mapa de la forma en la que las leyes regulan cada una de ellas. Con "cultura comercial" me refiero a esa parte de nuestra cultura que se produce y se vende, o que se produce para ser vendida. Con "cultura no comercial" me refiero a todo lo demás. Cuando los ancianos se sentaban en los parques o en las esquinas de las calles y contaban historias que los niños y otra gente consumían, eso era cultura no comercial. Cuando Noah Webster publicaba su "Antología de artículos", o Joel Barlow sus poemas, eso era cultura comercial.

Al principio de nuestra historia, y durante casi toda la historia de nuestra tradición, la cultura no comercial básicamente no estaba sometida a regulación. Por supuesto, si tus historias eran obscenas o si tus canciones hacían demasiado ruido, las leyes podían intervenir. Pero las leyes nunca se preocupaban directamente de la creación o la difusión de esta forma de cultura, y dejaban que esta cultura fuera "libre". Las formas corrientes en las que individuos normales compartían y transformaban su cultura--contando historias, recreando escenas de obras de teatro o de la televisión, participando en clubs de fans, compartiendo música, grabando cintas--, las leyes dejaban tranquilas a todas estas actividades.

Las leyes se centraban en la creatividad comercial. Al principio de un modo leve, después de una manera bastante extensa, las leyes protegían los incentivos a los creadores al concederles derechos exclusivos sobre sus obras de creación, de manera que pudieran vender esos derechos exclusivos en el mercado. Esto es también, por supuesto, una parte importante de la creatividad y la cultura y se ha convertido cada vez más en una parte importante de los EE.UU. Pero en modo alguno era lo dominante en nuestra tradición. Era, por contra, una parte tan sólo, una parte controlada, equilibrada por la parte libre.

Ahora se ha borrado esta división general entre lo libre y lo controladoInternet ha preparado dicha desaparición de límites y, presionadas por los grandes medios, las leyes ahora la han llevado a cabo. Por primera vez en nuestra tradición, las formas habituales en las cuales los individuos crean y comparten la cultura caen dentro del ámbito de acción de las regulaciones impuestas por las leyes, las cuales se han expandido para poner bajo su control una enorme cantidad de cultura y creatividad a la que nunca antes había llegado. La tecnología que preservaba el equilibrio de nuestra historia--entre los usos de nuestra cultura que eran libres y aquellos que tenían lugar solamente tras recibir permiso--ha sido destruida. La consecuencia es que cada vez más somos menos una cultura libre y más una cultura del permiso.

Se justifica la necesidad de este cambio diciendo que es preciso para proteger la creatividad comercial. Y, de hecho, el proteccionismo es el motivo que tiene detrás. Pero el proteccionismo que justifica los cambios que describiré más adelante no es del tipo limitado y equilibrado que habían definido las leyes en el pasado. Esto no es proteccionismo para proteger a los artistas. Es, por contra, proteccionismo para proteger ciertas formas de negocio. Corporaciones amenazadas por el potencial de Internet para cambiar la forma en la que se produce y comparte la cultura tanto comercial como no comercial se han unido para inducir que los legisladores usen las leyes para protegerlos. (...)
Porque Internet ha desencadenado una extraordinaria posibilidad de que muchos participen en este proceso de construir y cultivar una cultura que llega mucho más allá de los límites locales. Ese poder ha cambiado el mercado para las formas en las que se construye y se cultiva la cultura en general, y ese cambio a su vez amenaza a las industrias de contenidos asentadas en su poder.
Cultura Libre Lawrence Lessig, 2004
Vanesa Bouza Sociología Ciencia, TEcnología y Sociedad Facultad de Ciencias Sociales -Universidad de Buenos Aires

Definiciones

“Los intelectuales me rompen las bolas, aquellos que divorcian la cabeza del cuerpo”
Eduardo Galeano

martes, 17 de mayo de 2011

Palabras y Cosas

"...las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, no son las cosas, nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los suyos, porque los nombres que les das no son nada más que eso, el nombre que le has dado."
José Saramago, Intermitencias de la muerte.

lunes, 21 de febrero de 2011

La Comunicación es más fuerte que la Acción (fragmento)

La comunicación es un modo de acción. Y la acción un modo de comunicación.

Comunicar una acción es más fuerte y más recordado que la acción misma, porque la propaga y la inscribe en la memoria social.

Cualquier decisión, cualquier actuación que se emprenda, además de ser realizada tiene que ser comunicada.

Por tanto, actuar sin comunicar -o comunicarlo mal- seria tan insensato como comunicar y no actuar.

Ya hemos señalado, que “toda acción comunica”, se quiera o no. Y que “toda comunicación es un modo de acción”.

La naturaleza de la acción, es diferente de la naturaleza de la comunicación.

Podemos decir que los actos son “hechos”, cosas que hacemos, y eso tiene todas las características de un “fenómeno”. Se produce en un lugar y en un momento determinado: el hecho está allí, estático.

El fenómeno no se explica por sí sólo a los individuos: simplemente éstos lo perciben porque “ocurre“, y lo interpretan a su manera, aunque no siempre como quisiéramos. Además, la percepción del hecho es una experiencia individual, y cada uno le da su sentido, su interpretación..

Además de esto, el hecho desaparece y la comunicación permanece, en forma de un documento o de una memoria artificial, en las hemerotecas, las videotecas, las memorias de los ordenadores; pero también, en forma de un recuerdo en el imaginario social.

La comunicación extiende el acto y lo propaga, desde un punto a muchos puntos de destino.

La comunicación transporta información sobre el hecho comunicado, le confiere sentido, lo enriquece con argumentos y valores. Y transforma las opiniones personales en una opinión generalizada y significativa: la “opinión pública”.

La acción es productora de realidad. La comunicación es productora de sentido y de extensión.

La trascendencia y el significado de los hechos, no depende, pues, tanto de ellos mismos, sino del hecho de comunicarlos. Por eso, la comunicación de la cosa real es más rica, más interesante, convincente y movilizadora que la misma cosa en sí.

¿Cómo no reconocer, en esta fuerza múltiple y manejable que es la comunicación, un valor principalmente estratégico?

El pensamiento estratégico tradicional ha infravalorado la comunicación en favor de la acción productiva. Se han centrado en la ciencia económica, organizativa y en el productivismo, olvidando -paradójicamente- el componente sociológico, movilizador e integrador de la comunicación.

La comunicación aplicada posee una condición triple, lo que la hace precisamente estratégica:

La comunicación es más fuerte que la acción porque posee tres condiciones que son exclusivas, poderosas por separado y más aún cuando operan en conjunto:

es proyectual, es decir, conceptualmente prospectiva, estratégica y creativa;

es vectorial, porque a la vez que define y proyecta la acción, la impulsa y la conduce;

es instrumental, porque actúa, y sus efectos generan significados y valores, y ponen las herramientas para la realización, la difusión y el control de sí misma.

Pero, hoy por hoy, la gran mayoría de las empresas e instituciones sólo entiende la comunicación en su función instrumental. Sólo en tanto que “herramienta”, es decir, la comunicación polarizada en técnicas, como la publicidad, las relaciones públicas, el diseño, la edición y los medios. Lo cual es un reduccionismo.

Acción y comunicación son inseparables de la actividad total y continua de las empresas y de las instituciones, y constituye su “discurso global”.

Comunicar es actuar junto con la acción realizadora. Actuar y comunicar es indisociablemente una misma cosa.

Pero hay más. El poder de la comunicación es considerable. La comunicación es ese triple instrumento que ya se ha hecho autónomo de lo real. La comunicación ya no se reduce a comunicar las cosas, los hechos y los valores. Ella también los crea.

Ya no habría diferencia entre realidad real y realidad comunicada. La comunicación genera realidades al mismo tiempo que las propaga.

Por todo este conjunto de razones, la comunicación es más fuerte que la acción.

© Joan Costa
Comunicólogo Consultor

Texto extraído de:
http://www.com-elisava.com/files/docs/DC_Costa_Comunicacion_Accion.pdf
Vanesa Bouza Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA)

sábado, 12 de febrero de 2011

Soledades Interactivas

Con Internet, hemos entrado en lo que yo llamo la era de las soledades interactivas.
En una sociedad donde los individuos se han liberado de todas las reglas y obligaciones, la prueba de que hay soledad es real, del mismo modo que es dolorosa la evidencia de la inmensa dificultad que existe para entrar en contacto con los demás. Se puede ser un perfecto internauta y tener las mayores dificultades para entablar un diálogo con el vecino del cibercafé. Los profesores siempre lo han dicho y nunca se les ha escuchado: los mejores aprendices de los ordenadores son, por una parte, los buenos alumnos y, por otra, el inmenso grupo de personas que tienen dificultades para relacionarse. El símbolo de esta suma (que va en aumento) de las soledades interactivas se ve en la obsesión creciente de muchos por estar siempre localizables: es el caso del teléfono móvil y de Internet. ¡Miles de individuos se pasean así, con el móvil en la mano, el correo electrónico conectado y el contestador como último sistema de seguridad! Como si todo fuera urgente e importante, como si tuviéramos que morir si no estamos localizables en todo momento. Por el contrario, vemos dibujarse extrañas angustias en ellos, como no recibir bastantes llamadas o no ver llegar correo electrónico. No sólo la multiconexión no garantiza una mejor comunicación, sino que, además, deja intacta la cuestión del paso de la comunicación técnica a la comunicación humana. Efectivamente, siempre llega un momento en que es preciso apagar las máquinas y hablar con alguien. Todas las competencias que tenemos con las tecnologías no conllevan para nada una competencia en las relaciones humanas.

Dominique Wolton, “Las nuevas tecnologías, el individuo y la sociedad” en Internet ¿y después? , Barcelona, Gedisa, 2000
Vanesa Bouza Ciencias de la Comunicación Sociología

lunes, 31 de enero de 2011

La gente ya no cree en Dios, pero si, y mucho, en la TV

Por Umberto Eco

Existió un tiempo en el cual quienes se sentían abandonados por el resto de la humanidad se consolaban pensando que, aunque más no fuera, el Todopoderoso era testigo de sus tribulaciones cotidianas. Hoy, esa misma función divina parecería cumplirla salir por televisión.

Hace poco estuve hablando de este fenómeno en un almuerzo en Madrid con mi rey. Si bien siempre me he sentido orgulloso de mis principios republicanos, hace tres años fui nombrado duque del Reino de Redonda. Comparto ese honor ducal con los directores de cine Pedro Almodóvar y Francis Ford Coppola, y los escritores A. S Byatt, Arturo Pérez-Reverte, Fernando Savater, Pietro Citati, Claudio Magris y Ray Bradbury entre otros.

La isla de Redonda, que ocupa menos de dos kilómetros cuadrados en las Indias Occidentales, está totalmente deshabitada y creo que ninguno de sus monarcas puso nunca el pie en ella. Fue comprada en 1865 por un banquero llamado Matthew Dowdy Shiell. Según cuenta una versión de la historia, Shiell le pidió a la Reina Victoria que estableciera Redonda como un reino independiente, algo que Su Graciosa Majestad hizo sin vacilar porque no parecía representar ninguna amenaza para el Imperio británico. Con el tiempo, la isla estuvo bajo el control de distintos monarcas, algunos de los cuales vendieron el título varias veces, generando peleas entre una multitud de aspirantes. En 1997, el último rey abdicó a favor del famoso escritor español Javier Marías, que comenzó a nombrar duques y duquesas a diestra y siniestra.

Huele un poco a locura pero, al fin y al cabo, no todos los días uno se convierte en duque. La cuestión es que en el curso de nuestro diálogo durante el almuerzo, Marías dijo algo que me quedó grabado. Estábamos hablando del hecho obvio de que hoy la gente está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de salir en televisión.

Recientemente, en Italia, después de alcanzar una breve mención en la prensa, el hermano de una chica que había sido salvajemente asesinada fue a ver a un famoso agente de talentos para tratar de arreglar una presentación en televisión presuntamente con la idea de explotar su trágica fama. Hay otros que, con tal de estar en primer plano por un tiempo, están dispuestos a admitir que son cornudos o estafadores. Y, como bien saben los psicólogos criminalistas, a muchos asesinos seriales los motiva el deseo de ser desenmascarados y hacerse famosos.

¿Por qué esta locura? nos preguntábamos Marías y yo. Para él, lo que ocurre hoy es consecuencia de que la gente ya no cree en Dios. En una época, hombres y mujeres estaban convencidos de que cada uno de sus actos contaba al menos con un espectador divino, que sabía todo sobre sus obras y pensamientos, que podía entenderlos y, de ser necesario, castigarlos. Se podía ser un marginal, un inútil, un don nadie ignorado por sus colegas, un ser que sería olvidado al momento de morir, pero así y todo estar convencido de que por lo menos alguien le prestaba atención.

“Sólo Dios sabe lo que he sufrido”, decía la abuela enferma y abandonada por sus nietos. “Dios sabe que soy inocente” era el consuelo para los condenados injustamente. “Dios sabe todo lo que he hecho por vos”, decían las madres a sus hijos desagradecidos. “Dios sabe cuánto te amo”, sollozaban las amantes abandonadas. “Dios sabe todo lo que he pasado”, se lamentaba el pobre desdichado cuyas desventuras no le importaban a nadie. Dios era invocado siempre como el ojo omnisciente que nada ni nadie podía eludir, cuya mirada daba significado aun a la vida más aburrida y sin sentido.

Ahora, habiendo desaparecido ese testigo omnipresente, ¿qué quedó? El ojo de la sociedad, de nuestros pares, a los que debemos mostrarnos para evitar hundirnos en el agujero negro del anonimato, en el torbellino del olvido, aunque eso signifique hacer el papel del idiota del pueblo, desvestirse hasta quedar en ropa interior y bailar sobre una mesa en el bar local. Aparecer en la pantalla pasó a ser un sucedáneo de la trascendencia, y, en definitiva, es gratificante.

El problema es que se interpreta mal el sentido dual de la palabra “reconocimiento”. Todos aspiramos a ser “reconocidos” por nuestros méritos o sacrificios. Pero, cuando habiendo aparecido en la pantalla alguien nos ve en el bar y dice “Lo vi por televisión anoche”, nos “reconoce” en el sentido de que reconoce nuestra cara, lo cual, sinceramente, es muy distinto.

Copyright The New York Times, 2011. Traducción de Cristina Sardoy.


Extraído de: http://www.clarin.com/zona/gente-cree-Dios-TV_0_418158390.html
Vanesa Bouza Ciencias de la Comunicación

miércoles, 19 de enero de 2011

Infoxicados


Infoxicación: el síntoma de los tiempos modernos

por Marìa Gabriela Ensinck

Revista La Nación

Cuando el caudal de información, enferma

Vivimos permanentemente conectados, inmersos en un mar de datos y con poco tiempo para procesarlos. Los especialistas ya hacen su diagnóstico: intoxicación de información, el gran síntoma de estos tiempos

Antes de Internet, Jorge Luis Borges imaginó la Biblioteca de Babel, donde se almacenaban todos los libros existentes en un laberinto interminable de galerías hexagonales. Hoy, en la era digital, cada año se genera más información que la existente desde que comenzó a escribirse la historia de la humanidad.
La explosión de las redes sociales, la fotografía y el video digital, el auge de la telefonía móvil, el e-mail y la navegación web han expandido la información digital hasta límites insospechados.
Sin embargo, más información sólo provoca mayor confusión, puesto que bloquea la capacidad de análisis y procesamiento. Y la intoxicación informativa está ligada a otra patología asociada: la ansiedad por informarse, o infomanía, que se caracteriza por la búsqueda constante de estímulos informativos, y una agobiante sensación de angustia y vacío que es necesario llenar con... más información.
Diversos estudios advierten que los centenares de mensajes que cada día saturan las casillas de los empleados son una de las principales causas de estrés en las empresas. De acuerdo con Rescue Time, una organización dedicada a investigar la incidencia de la tecnología en los hábitos de las personas, quienes trabajan frente a una computadora se detienen a revisar su bandeja de correo electrónico unas 50 veces por jornada. La mayoría de la gente destina hasta dos horas por día a limpiar y ordenar sus casillas de mail, y en muchos casos duplican ese promedio. Hay quienes experimentan una compulsión a leer sus correos y se angustian ante la posibilidad de perder un mensaje importante. Padecen el síndrome de ansiedad del e-mail (e-mail anxiety), un mal que se agrava por el uso masivo de dispositivos móviles.
Los especialistas en salud laboral acuñaron un nuevo término para referirse a los adictos a su teléfono inteligente: los crackberries. Son los que no pueden dejar de contestar llamadas, o enviar y recibir mensajes desde sus aparatitos sin importar el momento y el lugar: lo hacen en medio de una reunión, una conferencia, en el cine y hasta en el baño.
Sin llegar a casos extremos, lo cierto es que el exceso de estímulos informativos genera estrés y aturdimiento. Sobre todo aquellos más veloces, como los flashes informativos televisivos, las alertas de noticias que se reciben en la computadora o en el móvil, y los mensajes de la red social Twitter -utilizada por más de 80 millones de usuarios para contar en 140 caracteres lo que están haciendo-. Según un estudio publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, el bombardeo de mensajes que hoy se multiplica a través de las redes sociales anula la capacidad de empatía y de discernimiento moral que requieren las decisiones humanas. Aquella información instantánea y carente de contexto, que busca llamar la atención y conmover al receptor, termina logrando lo contrario: la disfunción narcotizante de la que hablaba Paul Lazarsfeld, uno de los teóricos pioneros de las ciencias de la comunicación.
La pulsión por estar todo el tiempo conectado a una pantalla (sea televisor, computadora o teléfono móvil) encierra el peligro de desconectarse y perder la noción de la realidad, advierten los psicólogos. "El brillo de la pantalla tiene un efecto hipnótico", dice José Sahovaler, médico psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y advierte sobre el aumento de las ciberadicciones, sobre todo en los adolescentes.

La era de las interrupciones
Las TIC (tecnologías de la información y comunicaciones) invadieron el ámbito laboral, de estudio y también la vida familiar y privada de las personas. Gracias a una enorme batería de recursos on-line, tenemos una sensación de omnipresencia divina que nos permite estar "todo el tiempo en todos lados". Pero la realidad es que nunca estamos completamente en ninguno.
Los ejecutivos, provistos de poderosas laptops y teléfonos inteligentes, atendiendo llamadas en medio de las reuniones y contestando mensajes a bordo de un taxi o en la sala de espera del dentista, son el paradigma de la eficiencia corporativa. No obstante, según Rescue Time, el 28% del día laboral en las empresas se malgasta en interrupciones que no son urgentes ni importantes y en retomar el hilo de lo que se estaba haciendo. El tiempo dedicado a la creación productiva, como la redacción de un correo importante, ocupa el 25% de la jornada. Un 20% se destina a mantener reuniones, otro 15% a buscar información, y sólo queda un 12% del tiempo para pensar y planificar el negocio.
De acuerdo con un informe de IORG (Information Overload Research Group), una organización creada por compañías tecnológicas, como Intel, IBM, Microsoft y Xerox, entre otras, "luego de cada interrupción puede tomar hasta 25 minutos en retomar el hilo de lo que se estaba haciendo". El principal peligro de las interrupciones es el deterioro que provocan en la memoria de corto plazo, ya que se comprobó que el 40% de las veces la tarea inicial queda olvidada por el trabajador, que es arrastrado por una oleada de nuevas tareas.

La sombra del pasado digital
Hoy, la descomunal expansión del universo de bits y bytes no tiene tanto que ver con los textos, sino con las imágenes: fotos y videos que cada usuario sube a Internet, y las que toman las cámaras de seguridad y dispositivos de vigilancia públicos y privados. Menos de la mitad de la información digital acerca de una persona (la "huella digital") es creada en forma activa por cada individuo. El resto corresponde a información en registros financieros, listas de mailings, búsquedas en la Web e imágenes obtenidas por dispositivos de seguridad. Esta parte de la información personal en el ciberespacio, denominada "sombra digital", es la que más rápidamente crece y menos control tiene por parte de los individuos.
Cada vez que subimos un video o una foto, escribimos un comentario en una red social o alguien lo hace por nosotros, el dato queda registrado en forma indeleble. Muchos usuarios, sobre todo los más jóvenes, no son conscientes de esto. Pero cada vez más empleadores buscan postulantes a un trabajo por medio de Google y los sitios de redes sociales. Aquello que ahora nos resulta gracioso, en el futuro podría volvérsenos en contra. Por culpa de Internet, el pasado que nos condena está siempre a un par de clics.

Lo que escasea es la atención
La superabundancia y disponibilidad de la información han convertido lo que era un recurso escaso y valioso en un commodity, cuando no directamente en basura. Hoy lo que realmente escasea es la atención.
A medida que se multiplican los contenidos en Internet, la capacidad de leerlos decae. "El promedio de lectura de un texto en la Web no sobrepasa las 200 palabras", destaca un informe de la consultora Jacob Nielsen. La paradoja es que, cuanto más hay para leer, menos se lee.
Para algunos especialistas, como Manuel Castells, de la Universidad de California del Sur, los jóvenes de hoy (nativos digitales) tienen una estructura de pensamiento fragmentada, menos profunda pero más creativa, ya que están acostumbrados a saltar de un tema a otro, como al navegar por Internet a través de hiperlinks o hacer zapping. Ante la multiplicidad de estímulos, captar el interés de usuarios y consumidores es un tremendo desafío. Para tomar cualquier decisión, la información disponible satura e inmoviliza. No hay tiempo para analizarla, cotejarla, digerirla. Todo parece igualmente importante y urgente, y muchas personas, para combatir la parálisis que esto les genera, optan por ocuparse de todo al mismo tiempo. Practican el multitasking: la capacidad de hacer varias cosas a la vez.
Según IORG, "cada empleado suele trabajar con ocho ventanas de su navegador abiertas y no se detiene más de 20 segundos en cada una de ellas". Al mismo tiempo, atienden llamadas en el teléfono fijo y envían mensajes a través del celular. Cuando van a las reuniones, aprovechan para navegar en la web y contestar mensajes desde sus dispositivos portátiles. Lo más probable es que, al terminar el encuentro, nadie sepa a ciencia cierta de qué se habló. La paradoja de la sociedad de la información es que, de tan abundante, terminamos desinformados.
Por María Gabriela Ensinck
revista@lanacion.com.ar

Que el olvido también tenga lugar en Internet
Al igual que Funes el Memorioso, Internet es incapaz de olvidar. Como el personaje de Borges, los navegantes incautos corren el riesgo de quedar atontados en un mar de datos y bits, incapaces de discriminar lo importante de lo superfluo.
Esta saturación informativa genera algunas voces de alarma. Como la de Viktor Mayer-Schönberger, especialista de Harvard en temas de privacidad y protección de datos: él es partidario de que la información volcada a la Web tenga fecha de vencimiento, como los yogures.
"Durante milenios, recordar la información era caro, llevaba tiempo, y olvidarla era lo natural. En la era digital pasa lo opuesto: el almacenamiento barato en computadoras, los procesadores poderosos y la generalización del acceso a Internet hacen que recordar sea la norma", dice el investigador.
Por eso propone que los usuarios establezcan un plazo de validez de sus archivos digitales, de modo tal que se borren automáticamente una vez caducado. Tras reunirse con ejecutivos de Google y Microsoft, Schönberger señaló que en el buscador están dispuestos a almacenar las búsquedas por 24 meses y en la compañía fundada por Bill Gates lo harían por 18 meses antes de borrar todo rastro.

Cinco razones para intoxicarse con datos
1. Acopiamos más información de la necesaria porque creemos que así tomaremos mejores decisiones.
2. Recibimos a diario gran cantidad de datos que no hemos pedido ni nos resulta útil.
3. Buscamos información de sobra para justificar nuestras acciones.
4. Guardamos textos, fotos, archivos en general, por si nos resultan útiles en el futuro.
5. Nos gusta utilizar la información para enrostrársela a nuestros colegas.
Del blog: infomania.com

No sucumbirás a la avalancha
Suscribirse a RSS para obtener en un solo sitio los titulares actualizados de los temas de interés, sin necesidad de navegar por distintos blogs y páginas web.
Organizarse para la lectura de información en horarios determinados.
Mantener una lista diaria de tareas y prioridades laborales y personales.
Desactivar el aviso de entrada de los mails cuando debemos terminar una tarea.
Tratar cada mensaje electrónico una sola vez: leerlo, responderlo o reenviarlo y borrarlo inmediatamente.
Crear carpetas para organizar la información que llega por correo electrónico. Al principio parece engorroso, pero ayuda a ahorrar tiempo de búsqueda.
Redactar los e-mails en forma breve y sin preámbulos.
Propiciar el apagado de celulares y dispositivos portátiles durante las reuniones. De este modo se evitan los malentendidos por distracciones, y los encuentros se vuelven más rápidos y productivos.

Artículo completo disponible en:
Vanesa Bouza

domingo, 16 de enero de 2011

C.A.B.A